En nuestro país la violencia no da tregua. En ningún momento ni época del año. Las personas que pertenecemos a los sectores LGBTI+ y no binarios tenemos, debido a la guerra, al conflicto armado o la violencia cotidiana, historias por contar.
La violencia se transforma, muta. A veces, es difícil de prever. Quizá sea esta la razón por el cual nadie advirtió los posibles escenarios de violencia dirigidos a poblaciones LGBTI+ en tiempos del aislamiento social y confinamiento preventivo. Nadie estaba preparado para que con el aislamiento también aumentarían los peligros, sencillamente, por ser quienes somos.
Hay violencias que son más invisibles que otras. Ejemplo, las que viven los niños, niñas y adolescentes LGBTI+. Un ejemplo de ello fue un suceso que transcurrió en días pasados en un hospital del área metropolitana de Bucaramanga, donde la víctima era un menor de tan solo 12 años, menor relacionado con un supuesto “accidente”.
Según los familiares, el menor “accidentalmente” se había lacerado el brazo mientras jugaba en casa junto a sus hermanos. Sin embargo, la versión de cómo sucedieron los hechos compartida por la madre del menor dejaron inquietos al personal de salud, especialmente, a la trabajadora social de turno (quien es compañera mía). La profesional, en razón del comportamiento errático del menor (deprimido, retraído, nunca de dolor), sugería que posiblemente se encontraban ante un caso de violencia intrafamiliar.
Las sospechas de la profesional no eran infundadas: la madre del menor se negaba a dejarlo solo, callándolo cada vez que el niño se expresaba. Sin embargo, una vez separado de su progenitora, la verdad emergió: la lectura de las radiografías mostraban que el menor había sido empujado, golpeado con algún objeto.
En dialogo con la trabajadora social, el menor sostuvo que en ningún momento se había fracturado “accidentalmente” el brazo. El menor identificó como responsable de tan violento acto a su padrastro. En un ataque de rabia, el hombre empujó y lastimó al niño golpeándolo con un palo. El niño, evitando un golpe en el rostro (como en anteriores ocasiones) resultó herido fracturándose el radio y cúbito de su brazo derecho.
¿Por qué un adulto descargaría con toda su fuerza tal nivel de violencia? La razón (según declaró el menor) era que su padrastro no soportaba el hecho de tener en casa a un “niño gay”. Con el pasar de los días y en medio del aislamiento social y confinamiento preventivo, las golpizas habían aumentado.
A pesar que se activaron los protocolos de protección al menor, dos preguntas emergieron: ¿Cómo podemos salvaguardar las vidas de los menores y personas LGBTI+ que viven con sus victimarios en el mismo techo? ¿Cuántos casos como este pasarán desapercibidos?
En otro escenario, el aislamiento social creó modalidades de violencia dirigidas a poblaciones LGBTI+ que parecieran cuentan (quizá, inconscientemente) con el beneplácito tanto social, institucional como administrativo. Una muestra de ello es el tan denunciado “pico y género”.
Las poblaciones más afectadas con esta medida son hombres y mujeres Trans. También, personas que se identifican como no binarias. El problema con esta medida es que esta diseñada a partir de valores pertenecientes al binarismo sexual patriarcal (macho – hembra). No contemplan, bajo ninguna circunstancia, la construcción y/o emancipación de los cuerpos no binarios y Trans.
En redes sociales grupos y colectivos de personas Trans de todo el país han desplegado decenas de denuncias dónde revelan porqué este tipo de medida es inútil: los victimarios precisamente son personas pertenecientes a cuerpos de vigilancia y/o de protección a los ciudadanos (como la Policía).
Los hechos de violencia que transcurren durante el aislamiento social y el confinamiento preventivo debido al COVID–19 exponen los retos que debemos asumir y alcanzar como población LGBTI+ tan pronto se levante la medida: exigir la garantía real del acceso de la justicia, el respeto por los derechos de humanos y la diversidad sexual. También, la eliminación de cualquier tipo de brecha, especialmente aquellas basadas en modelos patriarcales y hetero-sexistas que son antesala para la violencia en razón de la orientación sexual, la identidad sexual y las expresiones de género.