En medio del afán del día a día, son pocos los momentos en los que nos detenemos a pensar en los lugares que habitamos e incluso en los que alguna vez hicieron parte de nuestro caminar la vida, pero ya no están. Eso suele pasar en El Poblado, una comuna muy concurrida, deseada, pero también estigmatizada, que tiene historias por contar en cada una de sus esquinas.
En el transcurrir de mis 34 años he tenido que ver cómo el aclamado ‘desarrollo’ de Medellín, se ha devorado zonas verdes, lugares icónicos y tradiciones del Poblado, pero también grandes avances. Por ejemplo cómo se redujeron los corredores verdes que adornaban la Avenida del Poblado con grandes casonas a lado y lado, de las que ya no queda ninguna; la transformación del Parque Lleras de ser un barrio de casas tradicionales, cafés como Lebon, boutiques, restaurantes aclamados como Al Rojo y Basílica y encuentros ciudadanos al aire libre, a lo que se ha convertido ahora; los grandes cruces de las transversales para facilitar la movilidad de los carros que se construyeron en espacios donde antes había porterías de unidades residenciales y esquinas para picar empanadas y comida rápida.
Así como muy buenos cambios como la creación de Ciudad del Río, para llenar de arte y zonas verdes, donde antes sólo había maquinaria pesada, chimeneas y hornos; e incluso, el Parque del Poblado, como epicentro cultural y lugar de encuentro de múltiples contraculturas en el sur de la ciudad, que incluso años atrás llegaron a movilizarse para hacer resistencia a decretos con los que en algún momento el mandatario de turno buscaba prohibir consumir licor en espacios públicos.
O también como ejemplo de resiliencia para la ciudad, se ha logrado la transformación de lugares que hacían parte de la huella del paramilitarismo y el narcotráfico como el Edificio Mónaco y la Mansión Montecasino, para convertirse en ejercicios de memoria para las víctimas y de reactivación económica en los barrios.
En la misma vía, poco se recuerda ahora cómo el primer semestre del 2001 hubo dos hechos que marcaron la comuna con miedo, muerte y terror: El miércoles 10 de enero un carro bomba en los parqueaderos del Parque Comercial El Tesoro que dejó 42 personas heridas y una muerta; y el jueves 18 de mayo otro carro bomba frente al Café Orleans en pleno Parque Lleras, que dejó 144 heridos y 8 muertos. Dos lugares que en ese momento ya se encontraban posicionados como zonas rosas y espacios para socializar y compartir en la ciudad.
Sin embargo, aunque fueran actos para llenarnos de miedo hasta en nuestras propias casas, la respuesta ciudadana fue diferente, fue resistencia. El Tesoro se vio abrazado por la comunidad para aportar a su reconstrucción y el cuidado de las víctimas, al igual que para acompañar al Parque Lleras, la calle 10 se convirtió en un festival de las artes por la paz y la vida. El dolor se volvió fuerza, una fuerza incontrolable que implantó un imaginario colectivo que narraba al Poblado como el lugar para ‘parchar’, donde siempre habrá caras amables, un buen servicio y los mejores bares, un lugar donde hacer negocios y construir futuro.
El Poblado ha crecido y se ha transformado en medio de grandes desafíos para abrazar, no sólo a quienes hemos vivido en esta comuna a lo largo de nuestras vidas, sino a todo aquel que la atraviesa, la habita y encuentra acá su lugar para vibrar bonito.
Todo el tiempo las organizaciones sociales, mujeres y hombres que lideran iniciativas en todos sus barrios y sectores, comerciantes, emprendedores y familias, logran que esta comuna sea un organismo vivo que se pueda disfrutar de sur a norte y de oriente a occidente, por encima de cualquier inconveniente o problema de seguridad, si es del caso y de los que no somos ajenos.
Antes experimentamos un Poblado más residencial, con dinámicas de barrio, donde ‘salir a parchar’ era ir a la centralidad para vivir experiencias en comunidad. Ahora el mundo ha tocado a nuestras puertas y el territorio ha ido adoptando otras dinámicas de socialización.
Por eso, qué tal por ejemplo un café en el Parque de Santa María de los Ángeles II antes de entrar a una obra en la Casa Teatro El Poblado; o una clase de pintura en la Casa de la Cultura en Manila; tal vez un picnic con amistades o familia en Ciudad del Río o entrar a la última exposición del MAMM; una fiesta en alguna de las discotecas de Barrio Colombia o de Provenza; ir al vivero distrital en Castropol; visitar una feria de perros y gatos en el Parque de la Bailarina en Astorga; mercar en uno de los Mercados Campesinos, como el de La Presidenta o en la UVA Ilusión Verde; una trotada los domingos por la transversal superior y la inferior, o incluso por la ciclovía de la Avenida El Poblado; un momento de reflexión en una de las tantas iglesias que hay; una cerveza en el Parque del Poblado y una caminada por el Lleras; o una tarde de compras en Vía Primavera y terminar con una cena en algún restaurante de Lalinde, Manila o alguna de las lomas.
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Estos y muchos otros, son el tipo de planes que pueden surgir en todos los barrios, parques, tiendas, galerías, hoteles, centros culturales, casa y calles que hacen de este, un territorio para querer con el corazón.