Medellín está próximo a cumplir 350 años desde su fundación oficial en 1675. En 3 siglos y medio de existencia como tal, ha sido testigo de incontables sucesos que han marcado su historia tanto de forma positiva, como de forma negativa. Sus hitos han oscilado desde la violencia pura y salvaje —como lo puede llegar a ser la humanidad— hasta la superación de la misma y su proyección como un territorio de innovación a nivel internacional.
Sin embargo, ha tenido que arrastrar con la memoria de lo que fue, pero también, de lo que pudo haber sido. En otras palabras, ha tenido que vivenciar cómo sus pobladores que, por gentilicio geográfico reciben el nombre de “medellinenses” pero por sentencia regional entran de lo denominado como “paisas”, han sido catalogados dentro del imaginario popular como unos expertos vendedores de oficio y cuna. Nacer entre las montañas es sinónimo de ser “culebrero” y de ser un experto negociante.
Antes de continuar y para la claridad de nuestros lectores, es importante definir conceptualmente qué es un culebrero. Según la Asociación de Academias de la Lengua Española en su Diccionario de americanismos, este adjetivo representa a aquella persona que vende productos para curar enfermedades, exhibiendo una culebra para pronunciar largos discursos. También, hace referencia a aquella persona que evita comprometerse o definirse en una situación o conversación.
Sea bajo una definición u otra, gran parte del país ha tejido en su memoria el ideal del antioqueño vendedor que es capaz de comerciar con cualquier producto independiente de su estado o tipo obteniendo ganancias económicas bastante considerables. En expresiones del argot popular, son capaces de vender [sic] “un hueco o una loca preñada”.
Lo anterior junto con una cantidad infinita de adjetivos forjados en el tiempo es lo que conforma el inexistente mito de la “raza paisa”. Más allá de lo conversado hasta aquí, podría decir sin temor a equivocarme que cada habitante de cada rincón del departamento carga con la responsabilidad de representarlo de la manera más honorable posible, demostrando sus dotes comerciales y facilidad para entretejer historias desde la oralidad.
Naturalmente, El Poblado, ubicado en la comuna 14 de Medellín, no sería la excepción. Con un comercio cambiante que se ha ido adaptando a las exigencias de la sociedad con el devenir de los días, se caracteriza por el dinamismo que ofrece a cada uno de sus visitantes y moradores. Aunque lejos se encuentra de ya de las tiendas de esquina tipo granero donde se podía conseguir todo dentro de un mismo lugar, y, más lejos aún se encuentra del trueque como modo de negocio usado por los primeros lugareños, sigue teniendo un marcado acento en la diversificación de productos o servicios ofertados.
Como no podría ser de otra manera, el turismo ha demarcado una fuerte línea de comercialización en el territorio: hotelería, gastronomía —incluyendo, por supuesto, licorería—, automóviles, motocicletas, ropa, accesorios, y entre otros, se puede comprar allí. Literalmente, de todo se puede conseguir. Basta con recorrer sus calles para entender que El Poblado se ha convertido en una micro ciudad cuya dinámica propia ha sido aceptada, construida o replicada por los medellinenses y foráneos.
En términos propios, ya no es necesario “bajar” al centro para adquirir algo. Hasta finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI estuvimos familiarizados con el concepto de “Juniniar”. Convertido gramáticamente casi como en un verbo, consistía en caminar por la calle Junín para “vitriniar” para apreciar la mercancía que se exhibía en los maniquíes de los suntuosos almacenes y, por qué no, degustar de la chocolatería al estilo suizo en el Astor o de comida al estilo argentino en el propio Versalles.
Esos momentos ya se acabaron, máxime para los residentes del anterior Aguacatal. Al igual que en otros barrios como Moravia, por ejemplo, han creado su propio sistema mercantil que les ha permitido ser independientes de la parte concéntrica de la urbe que, entre otras cosas, fungió como el principal abastecedor en épocas pasadas.
Antes de finalizar, quisiera aclarar que mi objetivo no es comprar un espacio con el otro, menos las zonas anteriormente mencionadas. Simplemente y bajo la luz de la realidad, son sitios que han encontrado, a su manera, la forma de establecer sus propios lineamientos comerciales que se distancian o no de lo que culturalmente conocemos. Será decisión de cada quién si, cada modelo, realmente elogia la creencia de aquellos paisas de pura cepa.