Medellín se ha caracterizado por ser una de las ciudades más representativas en Latinoamérica, se ha hecho merecedora de títulos como la Ciudad más Innovadora – 2013 o la Ciudad Discovery – 2019.
Estos títulos implican, de manera inherente, una relación con el desarrollo urbanístico, pero también con el desarrollo social, y no es únicamente con programas que lideren propuestas para la formación de comunidades, sino que implica una responsabilidad individual de cada uno de los habitantes por ser reconocidos como tal. Y ahí es donde se encuentra el punto de quiebre.
Porque Medellín sigue siendo, dentro de su dinámica social, una ciudad que discrimina, rechaza, que se arraiga a sus costumbres tradicionalistas que generan desigualdad y que, aunque no les parezca a muchos, dañan el tejido social.
Si trasladamos esto al interior de la población LGBTI de la ciudad, la desigualdad es protagonista en la cotidianidad, y no sólo si se habla de lo económico o los lugares que la población LGBTI frecuenta de acuerdo con sus posiciones sociales, va mucho más allá; y en el contexto de la población gay, el fondo es mucho más hondo. La población gay de la ciudad de Medellín ha construido una dinámica de relacionamiento que se basa principalmente en la estética, y a través de ésta se decide con quién socializar y con quién no. Si bien esto puede traducirse en discriminación, es evidente que este tipo de actos generan una desigualdad enorme en el marco de las dinámicas diversas que se suponen deben existir en la población LGBTI en una ciudad que es denominada la más innovadora del país.
Ser gay, al parecer, implicaría asumir el rol cliché de lo que el pensamiento colectivo asume que debe ser: bien vestido, serio y ‘machito’, delgado y atlético, exitoso profesional y económicamente; porque si alguien se sale de este molde no podría ser aceptado, ni social, ni sexual, ni afectivamente. Muchos homosexuales en Medellín se inscriben en el marco de las costumbres tradicionalistas del resto de los habitantes de la ciudad, y si bien han realizado una ruptura con éstas, pareciera que se resisten a dejarlas del todo; es como si hubieran liberado una parte de ellos al asumirse como seres diversos, pero al mismo tiempo les cuesta entender que la diversidad es un mundo tan amplio en donde caben todos, incluso los que son diferentes a ellos.
Si nos basamos en el principio real de la diversidad, contextualizado en la población LGBTI, podría manifestarse que las expresiones de género pueden ser infinitas, esto quiere decir, por ejemplo, que no hay una única forma de ser gay, que ser gay es ser diverso y se puede ser en todas las formas posibles. Sin embargo, pareciera que gran parte de la población gay de Medellín no lo dimensionara, ya que muchos discriminan a otros por no ser similares a ellos.
Actualmente hay un tema que sobrepasa a los otros y que tiene que ver con el no ser un ‘gay macho’, lo que puede llevar a una discriminación tan fuerte como los juicios que se reciben; tener una expresión de género femenina siendo un hombre gay, pareciera que te hiciera merecedor de todos los juicios posibles por parte de los homosexuales que tienen una expresión de género masculina.
Si se pusiera esto en un contexto histórico, podría concluirse que aquellos gays que discriminan a otros pares por sus expresiones de género, no son más que el resultado del sistema patriarcal en el que han crecido. Sienten la necesidad de encajar en el mundo heteronormado aun cuando ya realizaron una separación de éste al asumirse como seres diversos. Desligarse de la heteronorma les puede generar tanta angustia, por razones individuales, que su discurso se limita a manifestar que son gays serios y machos, y a asumir que esa es la única forma aceptable de serlo; de ahí que otras expresiones de género estarían completamente anuladas para ellos. Así pues, serían repudiados y discriminados todos aquellos que tengan una forma diferente a la que estos consideran la adecuada.
Este tema puede resultar incómodo y debatible para muchos, porque dirán que no tienen por qué tolerar a alguien que es gay pero tiene conductas femeninas, porque ese no es el deber ser; pero si basamos este precepto en el discurso hegemónico, podría decirse que ser gay, aun siendo macho, tampoco sería lo que se debe ser. Por esta razón es que pierde cualquier tipo de peso la justificación de algunos gais que rechazan a otro por tener una expresión de género diversa.
Habría que entender, desde un punto de vista más psicológico, que las personas que han hecho las paces con su forma y su expresión, son personas que viven más libres y son más coherentes con su mundo interior, pero a la vez con su realidad inmediata. Por tanto, esto nos llevaría a proponer que el miedo de los gais ‘machitos’ no es sólo a perder los privilegios del mundo heteronormado en el que quieren vivir, sino a confrontarse consigo mismo dentro de un mundo diverso, a hacer las paces con ellos mismos y a pensarse dentro de la diversidad como individuos.
La población LGBTI de Medellín seguirá siendo desigual, discriminatoria y rechazada hasta que en el interior de ésta no exista un cambio reflexivo sobre lo que implica vivir en una población que lleva la bandera de la diversidad. Exigir derechos de igualdad al mundo por la diversidad no es coherente cuando se discrimina a los que son diversos, cuando no se ama la diversidad, porque nunca alcanza con tolerarla o respetarla.
Este artículo hace parte de un trabajo de redacción realizado por el autor resultado del Diplomado de Periodismo para la Diversidad: Historias No Contadas “Narrando desde otro punto de vista”, iniciativa creada por egoCity con la Secretaría de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín y la certificación de CEDENORTE Institución Técnica, para la visibilización de los sectores poblacionales LGBTI de Medellín.