Hoy se conmemora el segundo aniversario de la despenalización del aborto en Colombia hasta la semana 24, un logro histórico para las mujeres y las personas gestantes del país. Se me hace imposible no reflexionar al respecto, pues es un tema que toca mis entrañas, literalmente.
Cuando empecé mi transición de género, hace seis años, pocas veces pasaba por mi cabeza la idea de quedar en embarazo; y eso que, si pensaba en ser papá mi mente me llevaba a la adopción o a imaginar a mi pareja estando en embarazo. No era consciente del útero que tenía dentro de mí porque no tenía una relación con él, era un órgano ajeno para la realidad que estaba empezando a construir como hombre. Además, siempre había estado en relaciones con mujeres cisgénero y tenía la certeza de que así iba a permanecer el resto de mi vida, no tenía de qué preocuparme.
La sosegada y privilegiada vida que llevaba no me había permitido sentir lo mágico que es tener conciencia de las entrañas de sí, y empoderarse de ello.
A medida que fui madurando y conociendo personas maravillosas, sobre todo mujeres maestras, empecé a escuchar más a mi cuerpo y a reconocerlo como tal. La disforia había hecho que me peleara mucho con mi sistema reproductivo, pues en el 2018 todavía era muy ‘normal’ querer llevar tu transición hasta el punto de ‘parecer’ una persona cis; los hombres no tenían vulva, tenían pene, y yo quería ser un hombre. Quería ser el hombre que la sociedad me estaba exigiendo ser, directa o indirectamente, y encaminé mi tránsito hacia esa dirección. Mi mayor frustración para ese entonces era no tener pene.
Recuerdo que hubo una época en la que la frustración me llevó al punto tal de tener problemas en mi vida sexual; tuve momentos en los que sentía asco de mi corporalidad y entraba en una especie de trance de despersonalización, pensaba que mi cuerpo no era mío. Puse el tema en la mesa durante un par de sesiones con mi psicóloga, estaba cansado de no poder disfrutar el sexo y de sentirme cada vez más ajeno a mí, a lo que ella me respondió:
“¿por qué perder tiempo y energía deseando tener algo que no tienes, y que no vas a tener, en vez de disfrutar lo que ya tienes?”
Me cambió la vida.
Desde ese día me despegué de los tabúes que hay alrededor de la sexualidad, ese modelo hegemónico que nos dice qué hacer y qué no hacer en el sexo dependiendo del género que nos identifique. Empecé a explorar mi cuerpo, a experimentar y a soltar las riendas de la masculinidad frágil que definitivamente no iban conmigo; me liberé, y fue gracias a mi vagina y al placer que ella me permitió sentir. Ese fue el inicio de la reconciliación con mi cuerpo trans, cuando empecé a reconocerlo como mío, cuando empecé a verme perfecto tal y como era, cuando empecé a agradecer por mi existencia maravillosamente disidente.
Tiempo después, recordé que no solo soy un hombre con vulva, sino también con útero y ovarios. Soy una persona con capacidad biológica de traer vida al mundo, y qué afortunado soy de serlo. Y qué fortuna, también, saber que gracias a las mujeres y su lucha incansable, puedo decidir libremente si quiero hacerlo o no.
Las transmasculindades hemos sido social, institucional y culturalmente invisibilizadas, pero esto ha sucedido, en gran parte, por los privilegios que tenemos al estar en el lado ‘masculino’ de la sociedad. Siempre he pensado que este mundo patriarcal no solo tiene problema con las mujeres, sino también con cualquier tipo de manifestación femenina, y ha decretado que valores como el cuidado, la empatía y la sensibilidad son cosas que solo las mujeres practican. Porque, a ojos del mundo, el hombre sensible es ‘como una mujer’; si esto es así, ojalá todos los hombres fueran ‘como una mujer’.
El hecho de que la despenalización del aborto incluya a las personas gestantes es un paso muy grande y significativo para la población trans, pues es importante deconstruir la idea de que solo las mujeres tienen la capacidad de parir; los hombres trans podemos ser padres biológicos quedando en embarazo, al igual que las personas no binarias.