Es un cliché, me dijeron. A lo menos una historia cursi de amor gay protagonizada por dos hombres cis heterosexuales. Más allá del debate, abrí Netflix, busqué Smiley y le di play. Pero duré apenas unos minutos viendo la serie. Lo admito. 

Se me salió una lágrima en el minuto tres. Apenas después de unos segundos en los que Carlos Cuevas, interpretando a Álex, cuenta la historia de ese juego que tenía por chat con alguien. Tuve que ponerle pausa. Incluso me salí. No podía soportar tener el corazón roto y ver a alguien contar las cosas que yo también podía contar de lo que una vez fue mi felicidad. Ahí decidí no verla. 

A veces el desamor es así. Hay canciones que no puedo escuchar, lugares que evito, incluso hay un lado de la plataforma en la estación del Metro en San Antonio por la que camino más rápido sin mirar mucho tiempo el lugar en el que alguien me dijo que se iba de mi vida, que no había arreglo, que hasta ahí fue. 

Eso me pasó con Smiley. El recuerdo de Álex contando cómo era que se había enamorado de una persona a través de un juego parecía una historia que me hablaba solo a mí. Por eso tuve que detenerme. 

Los días siguientes a ese momento fue Tiktok escuchándome el pensamiento escena tras escena: me aparecían entrevistas, opiniones encontradas y los ojos de Carlos Cuevas justificando que el debate de las etiquetas está mandado a recoger. 

No pude librarme. Aunque haya intentado. Incluso descubrí que Netflix debe tener alguna estrategia para que a uno le vuelvan a interesar las series que abre y deja empezadas porque cuando volví a la pantalla de inicio ya era otra la foto de portada de la serie y eso la hacía verse nueva y llamativa. 

Ya era dos de enero. Uno de esos días en los que parece que el mundo se detiene si uno cierra las cortinas de la habitación y le huye a todas los compromisos, así que bueno, eso hice. Empecé otra vez de cero la serie.

Me prometí dejar pasar los tres minutos y se me ocurrió que al menos algo iba a sentir cuando pasaran. Si era tristeza lloraría como lo hago sin problema siempre. Si era nostalgia la llevaría conmigo como otras veces y bueno, si eran otras emociones algo habría que hacer con ellas. 

Smiley es una de esas series que se vuelven famosas por su aparente superficialidad, como dicen muchas críticas. Parece una serie de un conflicto sencillo entre una pareja que se persigue como en todas las comedias románticas para al final terminar juntos como en todos los finales predecibles del romance. 

Pero en lo simple, incluso en esa superficialidad, hay detalles que merecen la pena ser vistos. Como en casi todo. 

No te recomendaría que veas Smiley porque vas a sentir que te da miedo la edad y que aún cuando falten muchos años para ser viejo, esa idea te da susto. Te diría que no te la veas porque vas a sentir otra vez que Grindr no soluciona el tipo de relación que enserio a veces quisieras tener. Volverá ese deseo de saber si existen otras formas o si es esa y ya. 

No te la recomendaría porque seguro te vas a dar cuenta que algo de ese cliché te suena adentro en la memoria y te hace preguntar ¿qué tal si fuera así mi historia? y eso te resultará doloroso, de pronto. 

No te la veas, vas a terminar olvidando que los personajes son solo personajes y vas a conectarlo todo con una idea de la realidad que no existe. Ese es el peligro de la ficción que está bien contada, después de tres minutos uno se olvida de que alguien estaba contando una historia que inventó en su cabeza. 

No te recomendaría que te veas Smiley. Vas a terminar llorando con una comedia romántica. Como yo.

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