Es increíble ver como el mundo se detiene en un simple beso. Cosquillitas en la panza, el pálpito del corazón, salivación, cachetes colorados, sentir cierto calor y reacciones en otras partes del cuerpo, suelen ser los indicios de un beso mágico.
Me confieso fan del beso, es una de las cosas que más disfruto en la vida. Tanto así que tengo mi maestra, María Margarita Vega “Tuti”, participante de la segunda temporada de Colombia’s Next Top Model, que me enseñó que “un beso es como un vaso con agua, no se le niega nadie”.
Se que sueno muy perro, y en realidad creo ser mojigato, pero los besos son un placer innegable que merece ser disfrutado cuantas veces sea posible.
Hay infinidades de historias de besos, simples, tiernos, los que dejan con ganas, malos, babosos, mojados, sin ganas, que te atrapan, los que se pasan de la raya y pueden ser considerados una violación. Pero indiscutiblemente presumo tener una muy buena historia en mis manos.
Todo comenzó en Grindr, saltó a WhatsApp, luego a Facebook e Instagram, salimos una vez y terminó en el olvido. Confieso que ese parece ser el factor común de mis últimas salidas, todas están destinadas a lo mismo.
Obviando ese ciclo, las conversaciones fluidas, el buen humor y el interés de lado y lado se daba tanto en digital como se dio en lo presencial. Por múltiples razones no nos hablamos como antes, pero así sea un saludo determina nuestra prolongación o negación del olvido rotundo.
Como era de esperarse, en aquella cita yo quería probar sus labios. Sin intenciones oscuras, solo para disfrutar de aquello que me gusta.
En medio de una calle oscura, alejada y sin transeúntes, sucedió el anhelado beso. Aún no entiendo ese miedo de nosotros por escondernos, por buscar esos lugares extraños y llenos de peligros para efectuar un acto de cariño que nunca va más allá de un simple beso.
No fue excedido ni estrepitoso, solo fue la unión de nuestros labios. Sin embargo ese beso no fue nada interesante. Él se sentía incomodo, yo lo notaba. Nos detuvimos. Dijo sentir miradas, pero la calle estaba sola y oscura.
¿Cuántas veces no sentimos miradas sin tenerlas? Miradas sin presencia, ojos dilatados por actos de afecto, sentimientos alejados por un acto que debería ser la unión entre contemplas de simpatía. Era necesario detener el beso. Detenerse no solo por el malestar, sino por la carga de conciencia de ambos.
Intento fallido, solo seguimos caminando y retomamos la conversación. Caminamos unas cuantas cuadras, intentando olvidar aquel suceso. Pero yo no soy conformista y quería retomar.
Nuevamente nos topamos con una calle oscura, alejada y sin transeúntes. Se dio un momento de silencio, le tome sus manos y pasó. Ahora si estaban sucediendo aquellas cosas que me hacen sentir del beso algo mágico.
Confieso que soy de esos románticos que en su imaginación intenta elevar su pierna para que sea un “beso pop”. Este tipo de beso es el que tanto deseaba Mia en El Diario de una Princesa y el que yo, en el fondo, deseo.
Pero no lo fue… Se pegaron del pito de un taxi que enciende y apaga sus luces externas, enciende la luz interna y para justo en frente de nosotros. Algo sucede, grita y no logramos entender lo que dice, pero si lo que pretende.
Incomodamos su existencia con nuestro beso. Tenía que hacérnoslo sentir, detenerse y expresar su inconformidad. No se si haría lo mismo si ve un robo, una violación, un hombre pegándole a su mujer, una riña o algo que sucede cotidianamente en las calles oscuras, alejadas y sin muchos transeúntes.
Este taxi hizo que el tiempo que se detuvo por el beso, se acelerara y nos dejará al descubierto en una sociedad que no comprende el valor de la diferencia.
Afecto público, afecto sin temores, afecto osado.