En estos días, una conversación entre Me dicen Mar y Vicky Dávila generó un intenso debate en redes sociales. No por lo que se dijo, sino por lo que se dejó de decir.
Mar, futura abogada y creadora de contenido con una voz que ha resonado en temas de género, se sentó frente a una de las periodistas más reconocidas —y controversiales— del país, hoy además candidata a la Presidencia de Colombia. El resultado: una conversación ambigua, sin contrapuntos ni incomodidad, sin fricción, con un evidente desequilibrio de poder.
Y eso importa. Porque una entrevista no es solo una charla: es un dispositivo de poder. Quien pregunta guía el ritmo, define el foco y cuida la intención. No se trata de interrumpir ni de polemizar por deporte, sino de conducir con claridad, incluso en terrenos incómodos.
Desde el periodismo y la comunicación estratégica, entrevistar es una herramienta que exige más que espontaneidad o una comunidad de millones de seguidores. Requiere conciencia: del contexto, del lugar simbólico del entrevistado y de la responsabilidad que implica facilitar una conversación capaz de mover opiniones comunes. Incluso los gestos —asentir, reír, evitar el debate— son mensajes. Y cuando hay tensiones ideológicas en juego, cada detalle cuenta.
Como decía Oriana Fallaci, una de las grandes entrevistadoras del siglo XX: “la entrevista no es una charla entre amigos. Es un duelo”.
No se trata de atacar, sino de llegar al espacio con preguntas que abran grietas, que revelen, que muestren lo que el entrevistado piensa, siente y propone. Para que así la audiencia pueda escuchar y discernir. Más aún en este caso, donde quien responde tiene intenciones de gobernar un país.
Esto, por supuesto, no es un juicio a Mar. Es una invitación a la reflexión para quienes hoy generan contenido. Hacer periodismo —o asumir la tarea de comunicar— implica algo más que lanzar preguntas y hacerse viral: es comprender el cómo, el por qué, el desde dónde y, sobre todo, el impacto de cada palabra en la conversación pública.
Cuando se sienta frente a alguien que busca posicionar una agenda y aspira a un cargo con la jerarquía de la Presidencia —como lo es Vicky Dávila— es clave contar con herramientas para leer, tensionar y contrastar ese discurso. No toda entrevista es valiente: algunas pueden pecar de ingenuas. Y en esa ingenuidad también se mueve el poder. Si no se formula la pregunta incómoda, si no se marca la distancia crítica, ese espacio que podría pensarse vacío, lo ocupa el discurso del otro.
En este caso, ese discurso fue amplificado sin más. Y cuando, además, las respuestas cuestionan derechos fundamentales como el aborto legal, las luchas feministas o las de las personas LGBTIQ+, el daño no es simbólico: es tangible.
Por eso, este episodio debe leerse más allá de lo anecdótico. Es una oportunidad para pensar el oficio desde una perspectiva más consciente y estratégica. Porque si queremos que nuevas voces transformen y fortalezcan la conversación pública, hay que entender que comunicar también es disputar emociones y sentidos. Las buenas intenciones son valiosas, pero no bastan: sin cancelar ni castigar, pero tampoco excluyendo la responsabilidad de los errores.
Es cierto que comunicar y más por una agenda que promueva los Derechos Humanos no exige títulos, pero sí implica compromiso. Cada entrevista, cada live, cada conversación, puede abrir caminos… o reforzar estructuras que ya sabemos cómo operan.
En un momento en que los discursos antiderechos intentan ganar espacio y legitimidad, la comunicación es más urgente que nunca. Necesitamos más contenido que informe, eduque y sensibilice. Pero también, más conciencia sobre cómo hacerlo. Porque las palabras no solo narran el mundo: lo moldean. Y cada entrevista puede ser una herramienta para transformarlo… o una plataforma que refuerce lo que queremos y necesitamos cambiar.