Desde que nacemos estamos expuestos a una serie de estándares y parámetros de acción, frente a lo que debemos ser ante los ojos de la sociedad. Estudiar, vestirnos de cierta manera, hablar de un modo específico, comportarnos de alguno otro, conocer a una persona con la cual entablar una relación para toda la vida, comprar una casa, adquirir un carro, tener varios hijos… Creo que mi visión de felicidad dista en muchos sentidos de esta.
La mayoría de personas hemos pensado al menos una vez en la vida en ese ser que nos acompañe a cumplir nuestros sueños, que nos abrace cuando el frío se cole en la habitación, que nos regale un libro por cada mes de relación (sí, como no), que nos haga un masaje cuando lleguemos cansados del trabajo, que nos permita ser partícipes de sus anhelos y sus vivencias, que nos despierte con un beso en la frente cada mañana, que nos regale su hombro para mitigar la tristeza, y nos obsequie una sonrisa por cada segundo de existencia. Pero en ocasiones los pensamientos no se asemejan tanto a un cuento de hadas; los ojos perciben, el cerebro reacciona y algo más allá de las ganas se despierta. No nos digamos mentiras, el amor es una vaina hermosa, que nos llena, nos alimenta y nos aporta en muchos sentidos, pero somos seres humanos, la carne es débil, el diablo es puerco y las tentaciones transitan por las calles como las hojas marchitas por el aire en el otoño.
El libro del que vengo a hablarles en esta oportunidad trata uno de los rasgos más representativos de nuestra condición humana; los estereotipos son malos y es un craso error generalizar, pero es imposible tapar el sol con un dedo: la promiscuidad tanto en hombres como en mujeres, sin importar su condición sexual, es el innegable pan de cada día. El libro del que vengo a hablarles en esta oportunidad es “De Gabriel a Jueves” de Juan Flahn.
A lo largo de 244 páginas nos encontramos con un joven profesor de física que un día por recomendación de uno de sus mejores amigos, decide contratar los servicios de un chapero (gigolo, acompañante, o como quieran llamarlo), experiencia que lo lleva a explorar su sexualidad de maneras no imaginadas, y a descubrir rasgos de sí mismo que jamás hubiera pensado tener.
La manera en que Juan Flanh construye al anónimo protagonista de esta historia resulta fascinante; todo alrededor de él es hilarante, cómico, altamente hormonal, divertido y descarado. Desde el momento en que del otro lado del teléfono una voz varonil responde, la vida de este personaje es un recorrido cargado de sonrisas, y al mismo tiempo, de reflexiones y de enseñanzas. A su vez, la atmósfera en que se desarrolla el permanente affaire en que vive nuestro personaje es más que correcto y muy bien descrito; los detalles están muy bien perfilados, los escenarios son hasta cierto punto precisos, y las situaciones a pesar de parecer sacadas de una película XXX, no distan mucho de la realidad. Adicionalmente el libro aborda una visión llamativa del amor y de las aristas que pueden llevar al mismo a convertirse en algo completamente diferente.
El autor no pretende quedarse en el cliché, sino que adoptando elementos tradicionales de la novela gay por denominarla de algún modo, explora otros terrenos y se atreve a dar a su historia matices más que interesantes y profundos. En medio de erecciones (tanto del personaje como del lector), cantidades inagotables de libido, de fantasías hechas realidad y de sexo sin restricciones, el libro nos enfrenta a dilemas tanto personales como sociales, de manera tal que transita de lo serio y a lo jocoso sin conflicto alguno.
Este libro es un cóctel de excesos, de placer y de límites que pueden parecer un juego, pero que terminan destruyendo por completo lo que eres como persona. Un monólogo que divierte hasta el hastío y trastoca tu ser de una manera sutil pero sentida. Una historia que luce banal, por instantes paupérrima, pero que resulta excitante. Jueves se aventuró a buscar un viernes que quizá, jamás estuvo del otro lado…