La cultura drag es, ante todo, una manifestación artística y política, que surge de sectores marginados para convertirse en el foco del espectáculo para transformar imaginarios culturales.
Su recorrido histórico revela cómo, lejos de ser un mero divertimento, el drag (Dress as a girl) ha funcionado como un espacio de resistencia y de creación comunitaria para personas disidentes del género. A continuación, realizamos un recorrido desde sus orígenes, hasta la pujante escena drag de Medellín, donde esta manifestación de resistencia se ha consolidado también como una oferta atractiva para un ciudad que es epicentro turístico latinoamericano.

Contexto histórico global
La tradición escénica de hombres interpretando papeles femeninos hunde sus raíces en el teatro de la Antigua Grecia y Roma. Simon Doonan, autor de Drag: The Complete Story, documenta cómo esta práctica también estuvo presente en el kabuki japonés y en la ópera de Pekín (siglos XVII–XVIII); más tarde, el vodevil —comedia ligera y frívola— y el cine mudo la sofisticaron, con figuras como Julian Eltinge (1883–1941).
No obstante, los albores del drag moderno se remontan a finales del siglo XIX, cuando, en Estados Unidos, artistas negros y latinos organizaron bailes clandestinos —los llamados “drag balls”— como refugio frente a la persecución policial y social. William Dorsey Swann, nacido esclavo en Maryland en 1858, se reconoció a sí mismo como la primera “reina del drag” y, desde 1882, organizó estos encuentros en Washington D.C., defendiendo el derecho de reunión queer tras una redada en 1888.
Igualmente, en los inicios del siglo XX en naciones europeas como Alemania y Francia, se vivía una era dorada de la cultura y la bohemia, donde había cierta flexibilidad y aceptación en entornos donde el arte drag tuvo especial cabida hasta que fue reprimido por el fascismo. Para luego, volver a surgir con fuerza en los años 70 y 80, gracias al transformismo en países como España, que se recuperaban de la opresión de regímenes como el franquismo.
De la cultura underground al fenómeno televisivo
El drag alcanzó una exposición global con el estreno de RuPaul’s Drag Race en 2009. Este programa, ganador de múltiples premios Emmy, llevó el formato de competencia drag a millones de hogares, otorgando visibilidad y legitimidad a artistas queer. Igualmente han existido otro tipo de programas y concursos internacionales que han posicionado este arte en la cultura popular, como Dragula y La Más Draga, que han transformado a sus concursantes en estrellas del entretenimiento mainstream, demostrando que el arte drag puede trascender los espacios cerrados de la noche LGBTIQ+ para habitar escenarios globales.
El drag en Medellín: de los antros gay al circuito mainstream
En Medellín, la escena drag comenzó a ganar impulso en la última década. Antes de 2016, muchos lugares de fiesta gay restringían la participación de drag queens; fueron colectivos como Cultura Drag Medellín (CDM), New Queers On The Block y espacios como Bar Chiquita y Querida quienes empezaron a ofrecer shows drag de manera regular e inclusiva, contribuyendo a la emergencia de esta cultura en la ciudad. Desde entonces, estos sitios de socialización han brindado plataforma a talentos locales con proyección nacional como Charlotte Zodoma, Jano Von Scorpio, Ácida de Gutierre, Myth The DragQueen, Megan Way, Korbyn Nezdoll, Lolita Fatale, Dalila Velvet, Suka Prushna, Karah I Doll, Laika Viryin, Tyra Sky, Mercury, Paulina D’Capra, Kholette Sky y Gretha White —esta última, destacada por su participación en La Más Draga México.
Medellín, posicionada en los primeros lugares de los rankings de destinos turísticos mundiales, incorpora en su oferta cultural a la comunidad drag paisa. No es raro, por ejemplo, que un domingo por la tarde, en las terrazas de Provenza durante el evento “SUNGAY” de Bar Chiquita, o en un rooftop en Laureles con el “Brunch Chick” en Sky Box, uno se encuentre con algunas de las drag queens más reconocidas de la ciudad, para que te maravilles con su glamour y buena vibra.

Reflexión: la fuerza en la raíz LGBTIQ+
Que el drag conquiste espacios mainstream —festivales de música, pasarelas de moda, televisión— es motivo de celebración, pero también de alerta. El verdadero músculo del drag proviene de su condición de arte marginal: son los antros, los bares y las colectivas LGBTIQ+ las que nutren su creatividad, crítica y sentido de comunidad. Extraer el drag de estos ámbitos para convertirlo en un mero espectáculo de consumo homogéneo supone despojarlo de su dimensión política y emancipatoria.
Es crucial que las instituciones públicas, los promotores culturales y los medios de comunicación reconozcamos y respetemos el origen queer del drag. Debemos garantizar que las drag queens continúen siendo protagonistas en sus propios espacios —aquellas pistas de baile donde ensayan, se desafían y se sostienen mutuamente— y no simples aderezos de un mainstream que, sin conciencia de su genealogía e interseccionalidad, corre el riesgo de diluir su potencia transformadora.
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