La vida de Camila Úsuga Vásquez sufrió un agresivo giro al convertirse en víctima de un falso positivo del gobierno colombiano, desintegrando su núcleo familiar, poniéndola en la mira de los paramilitares, y a su vez, paradójicamente salvándola de las purgas contra la población LGBT en su pueblo natal, Dabeiba.
La noche del 18 de octubre del año 2000, la guerrilla de las FARC atacó el municipio de Dabeiba con cilindros por más de 30 horas que dejaron parte del pueblo destruido y un saldo de 54 soldados y 2 policías muertos, más un helicóptero derribado. Horas de angustia y dolor que Camila pasó junto a su familia, refugiados en su hogar esperando que esta inminente guerra no los tocara de nuevo, luego que su hermano mayor ya había sido asesinado por milicianos, y su hermano menor reclutado a la fuerza.
Durante la década de los 90, a sus 13 años de edad, Harrison ya comenzaba a darse cuenta que mientras los demás niños del pueblo ‘vacilaban’ a las niñas, él realmente estaba interesado en lo ‘lindos’ que ellos eran. En el 97, a sus 16 años, descubría que la cuestión iba más allá de su orientación sexual, cuando en su escuela para evitar usar los jeans porque no lo dejaban vestir ‘jumper’, prefería la sudadera.
Con la aceptación de sus padres, hermanas y hermanos, Harrison dio vida a Camila, comenzó su transición representándose inicialmente como mujer en las fiestas de disfraces y llegando incluso a lucir vestidos y tacones en los reinados de municipios como Mutatá, Apartadó, Turbo y Necoclí. Su construcción de género se fue dando entre juegos de baloncesto y voleibol con sus amigas trans y amigos gais del pueblo, momentos en los cuales se compartían los reinados a los que iban y tips de belleza.
Ahora casi dos décadas después, recuerda como su mundo rosa de alegrías y lentejuela se empezó a opacar por culpa de los panfletos de la mal llamada ‘limpieza social’:
“Le doy gracias a mi Dios, porque aunque fue duro lo que viví, yo viví que llegaran los panfletos de la guerrilla y los paramilitares, vamos a asesinar maricas, putas, lesbianas, marihuaneros, ladrones, bueno de todo… Eso sí me tocó a mí, esos papeles, esos listados, todas esas masacres y muertes”
Para la noche de la toma guerrillera, la familia Úsuga Vásquez ya había sido golpeada por la crudeza del conflicto armado. De doce hijos, el mayor había sido asesinado en abril por milicianos de las FARC y el menor, con tan sólo 15 años, reclutado a la fuerza por el mismo grupo armado.
No habían pasado ocho días del asalto a Dabeiba para que le llegara el momento a Camila, quien fue detenida junto a Carmela, una amiga y vecina suya a quien trasladaron en helicóptero a Medellín, mientras que a ella luego de un interrogatorio, en el ‘palacio de la policía’, la dejan libre, como preámbulo a lo que ocho días más tarde sería el inicio de una experiencia que cambió su destino.
A sus 19 años, el 4 de noviembre del 2000, ocho días después de recibir su cédula de ciudadanía, la fiscalía, el DAS, la policía y el ejército irrumpieron en su casa con una orden de captura, fue esposada frente a sus hermanas, que no lograban entender lo que pasaba, junto a su madre que lloraba mientras Camila era sacada a la fuerza, quien en medio de su incredulidad le decía que se calmara porque ella ya volvería.
“Yo le decía, ‘Mamá no llore que yo ya vengo’, pensé que era como la otra vez, de ir a dar una declaración y que me soltaran. Pero no. Apenas volví 17 años después, ahora hace cuatros meses, en mayo para el día de la madre”.
Ese momento quedaría grabado para siempre en la memoria de su familia, de Dabeiba y la suya… Escoltada hasta un helicóptero en la cancha del pueblo, frente a todos los que alguna vez fueron sus amigos y vecinos, víctimas de la guerra que ahora escuchaban en los medios que el gobierno se ufanaba de haber capturado a alias ‘Karina’, comandante de la guerrilla de las FARC responsable de aquellas 30 horas de terror.
Todo era un solo momento de shock, los medios de comunicación le tomaban fotos para publicar su rostro junto a su sentencia, 60 años de cárcel por asesinar policías, soldados y derribar un helicóptero.
El 9 de noviembre su destino era Bellavista
El ingreso al complejo carcelario le arrebató a una inocente joven de 19 años el brillo de sus reinados y los sueños de sus padres, para encadenarla a los abusos a los que guardias e internos la sometieron sin piedad. Era sacada de su celda a la media noche para una vez más ser parte del círculo vicioso de la violencia y el abuso que vivía día a día, haciendo que perdiera su mente, mientras que afuera de la cárcel su familia se desintegraba.
De los 15 meses que cumplió de condena, 10 de ellos fueron en soledad, valiéndose entre delincuentes por su propia cuenta. Logró certificarse en peluquería, lavaba ropa por $200 y $300 pesos una camiseta o un pantalón para poder sobrevivir, durmiendo en el suelo y sin un sólo útil de aseo.
En dos ocasiones por su estatus de terrorista, el Estado buscó trasladarla a la Cárcel Modelo en Bogotá, pero diferentes abogados de la defensoría del pueblo lograron detener este proceso. Gracias a los esfuerzos de su madre y una hermana, el caso fue tomado por un abogado que demostró la inocencia de Camila a través de testigos y pruebas, sin embargo su familia seguía sin poder estar ahí, para ella.
Mientras que Camila sufría el suplicio al que el gobierno colombiano había decidido exponerla, en su pueblo todas aquellas amigas y amigos con los que había crecido caían víctimas de la homo y transfobia de los paramilitares que se habían apoderado de la zona, al tiempo que su familia era desplazada por los juicios de la comunidad que los ubicaban también como un objetivo militar de los enemigos de la guerrilla.
El 25 de enero del 2002 las frías y crudas calles de Medellín recibían a una nueva integrante de sus filas, Camila salía de la cárcel de Bellavista completamente sola, sin un solo peso en sus bolsillos con la necesidad de supervivencia.
Para una mujer trans a quien el conflicto armado no le permitió terminar su escuela, alejada de su familia, a quien se le arrebataron las esperanzas y que su hogar eran las bancas del Parque Bolívar, las únicas herramientas que la sociedad le facilitó fueron las drogas y la prostitución, envolviéndose en una vida que a mediados del año 2004 la condujo a tres intentos consecutivos de suicidio el mismo día (en el río de Medellín, en el Metro y la Oriental).
El recuerdo de este día le entristece la mirada, encharca sus ojos y aunque entrecorta su voz, al igual que en ese momento, se toma un segundo para respirar, recobrar energías y seguir adelante con su relato, nuestro relato.
“Si ese día no pasó nada es porque Dios es muy grande y para algo me tiene”
Resignada a que no era el día para morir, Camila caminó por el barrio Prado hasta alzar su rostro frente al lugar donde finalmente recibiría un poco de amor, tranquilidad, cariño y un plato de comida.
“En el 2002 yo fui a la defensoría del pueblo, pero me tocó un mal funcionario, él me dijo que me sentara, yo le conté toda mi historia y ya, me pidió que le firmara y pasó los papeles, pero no me dio una ruta, ni ayuda… Eso es lo que yo trato ahora, que la gente no viva algo así, porque como yo estaba él debió enviarme a un albergue con dormida y comida y así no tendría que haber vivido todo lo que viví. Afortunadamente con el tiempo llegué a Funicáncer”
Nunca esperó que finalmente de tanto pedir ayuda, una fundación de niños con cáncer fuera a ser el lugar que cambiaría su destino. Más allá de prestarle un servicio de psicología, el equipo humano del lugar cambió su vida por completo. Luego de una breve conversación, la directora le entregó a Camila un mercado y $10 mil pesos para transportarse a Santo Domingo Carpinelo, donde Nohelia, otra mujer desplazada que hacía parte de la Fundación, la recibiría para ofrecerle un hogar.
“Yo quería ser una persona útil, ganarme ese plato de comida y ganarme las cosas en un lugar que me abrieron las puertas, donde llegue tocando sola. Eran cosas de Dios”
Tan sólo era cuestión de tiempo para que la vida comenzara a premiarla por su perseverancia. Gracias a su entrega incondicional al trabajo que día a día hacía en la fundación, llegó a ella la oferta de poder tener un ‘pedacito de tierra’ en una vereda de Granizal, no importó la lejanía, o que el transporte sólo pasara por el lugar dos veces al día, poder tener algo propio por lo cual luchar era suficiente.
Le habían arrebatado los tacones y su pueblo, se la habían entregado a la calle y ahora un nuevo ser humano se levantaba de las cenizas para adueñarse de su nuevo escenario, el monte que debía desyerbar para demostrar que como mujer trans desplazada y víctima del conflicto armado colombiano, unas botas de caucho, el machete y un azadón no le iban a quedar grandes, ni las ampollas que le saldrían en las manos espantarían su nuevo poder, la resiliencia.
“Una alegría para mí decirme eso es suyo. Un pedazo de tierra, sin matas, sin palos, ni nada, pero era mío, tanta era mi alegría que luego de trabajar me iba para el Parque Arví a cortar palos, cargármelos al hombro y armar mi casa”
Cada noche que se iba apoderando de la ciudad era una nueva experiencia para recargar su cuerpo, no con drogas, ni dolores, sino con la fuerza y ganas de construir su nuevo hogar, el mismo espacio en el que vive hasta ahora, 11 años después el segundo asentamiento de víctimas del país, y el primero en Antioquia (con 25 mil habitantes, y de ellos 16 mil víctimas de diferentes regiones).
Con el paso del tiempo ha aprendido a reconocerse como víctima para defender sus derechos y los de su comunidad, la LGBT y la de su asentamiento, los mismos frente a los cuales tuvo que enfrentarse sobre un ‘barranquito’ para evitar ser desplazada de nuevo ‘a punta de firmas’ por culpa de algunos que por ser una mujer trans la tacharon de pecadora y promotora de la perdición, los mismos que luego la eligieron durante cuatro años como la secretaria de acción comunal.
“Yo siempre he dicho lo que me enseñó mi mamá, la forma como actúe frente a la gente es primordial para salir adelante”
Ahora, como gestora comunitaria (porque no le gusta que le digan que es una líder o lidereza) es representante departamental de víctimas LGBT ante el estado y los procesos de reparación. Con su trabajo con la gente, víctimas y como secretaría de acción comunal, logró conectarse con las instituciones que le fueron enseñando poco a poco los procesos legales a llevar a cabo para evitar que otras personas vivan lo mismo que ella. Logró unir mujeres lesbianas, hombres gais y población trans del territorio para crear la organización “Recibiendo Semillas de Éxito, Paz y Prosperidad”, una ruta en pro de los derechos humanos.
Al día de hoy, a la par que Camila sigue ejerciendo la peluquería en la sala de su casa para reunir el dinero de los pasajes, trabaja de la mano con la Fundación abriendo su casa a padres y madres que buscan en Medellín la solución a los tratamientos paliativos de sus hijos con cáncer, acompaña procesos sociales y sueña con que la vida le dé la oportunidad de estudiar derecho.
En el 2009 se reencontró con su familia, pero apenas en mayo de este año volvió a visitar la casa de sus padres en Dabeiba, 17 años después de habérsele arrebatado su libertad, Camila vuelve como una nueva mujer con una razón más que reencontrarse con su pasado, el Comandante del Bloque 34 de las FARC “Águila Negra” está ahora trabajando con la Cruz Roja, dando las coordenadas de la fosas comunes donde posiblemente está su hermano menor, quien fue desaparecido luego de haber cumplido su condena en el centro penitenciario La Pola.
Alias ‘Karina’, la mujer con la que Camila fue confundida el 4 de noviembre del 2000, ahora se encuentra haciendo parte del proceso de paz, y en cambio nuestra protagonista aún no es indemnizada como víctima y al parecer su proceso se demora un poco más. Sin embargo, sentado frente a ella, le pregunté, ¿a quién sientes que debas perdonar? “A nadie”, y ¿a quién admiras?:
A mi madre, ella tiene 74 años, la admiro porque si para mí fue duro lo que viví, para ella fue peor. Porque le mataron al hijo mayor, le desaparecieron el menor, la niña fue abaleada, yo estuve detenida y ella todavía tiene fuerza, todavía vive… Incluso cuando ha estado enferma, es fuerte… Nos levantó a todos, pero nunca ha sido una mujer vulgar, ni violenta, ni ‘pegona’. Mi mamá siempre es de diálogo, te hacía ver lo bueno y lo malo. Por eso la admiro, si lo mío fue duro, peor para ella, porque fue el dolor de luego de conformar una familia que se la desintegraran de la noche a la mañana
Así como Camila, miles son las personas que cargan con una historia de vida que merece ser contada, porque humanizar esta guerra es la única forma de abrazar a la Colombia víctima y diversa que camina descalza en las noches huyéndole a los abusos de quienes tienen el poder.