Cincuenta Sombras de Grey, novela de la autora británica E. L. James, laureada y subestimada mundialmente, es una lograda y detallada transición en lírica posmoderna, una historia de amor que va de la atracción sexual a la concesión del control/no control del uno sobre el otro a la hora de tener relaciones sexuales, en primera instancia, en una cama, finalizando en un cuarto rojo de sadomasoquismo.
Con el debido respeto, ubico como punto de partida y referente actual esta novela, pues ahí se encarna la pasión y el deseo del que muchos tenían total desconocimiento, o que conociendo la temática tratada, sentían escozor a la hora de socializar el tema en contextos propios de su día a día. Fascinados o no, hombres y mujeres se inquietaron y reevaluaron conceptos que ahora podían conjugar, amor, respeto y dominio, concibiendo el dolor como una manifestación omnipotente del placer. Entonces, una oleada de erotismo y confort sacudió al mundo occidental, lo que abrió debates a favor y en contra de una pequeña pero determinante liberación/revelación sexual que en la actualidad debería ser bien vista (o bien hecha).

Obra de Luis Caballero
Obra de Luis Caballero

De mantenerse el tabú sobre las diversas formas de descargar las apetencias del cuerpo y el espíritu -que aplauden los modelos de relación y familia tradicionales- se seguirán cometiendo más impunidades, más equivocaciones; se seguirán buscando, quizás, diversas maneras y espacios indebidos o inadecuados para descargar los deseos sexuales y sus emociones.

Existe un lugar del que se ha dicho muy poco, donde su única reseña es una cautelosa voz que hace eco entre los hombres de esta eterna primavera, un lugar que seduce a sus visitantes, el cual, “a secas” se identifica con el torso desnudo de un ángel, un palacio de falos y farolas donde surgen las interpretaciones secretas de quienes le visitan; sin embargo sus cimientos son indescifrables: EL CLUB DE TOBI. Éste, un santuario que resguarda provisiones de placer a sus visitantes, siempre tiene disponible suficiente piel para detallar, con sigilo minucioso, cómo se purgan los deseos y pecados. No es un club secreto, sólo que su sello distintivo es el apetito sexual y sus vertientes.

El día que decidí conocer a “TOBI” en persona, fue un Domingo de Resurrección. Llevaba en mi maleta a mi gato que había muerto en la madrugada porque la curiosidad le pudo. Entonces, mi gato y mi ropa se quedaron aguardando mi regreso. Y mientras entendía que mi gato jamás resucitaría, y, sobre todo, que de tener un gato nuevo sería repetir la historia, fui testigo y partícipe de muchos milagros. Recorrí las instalaciones, inhalé su historia, exhalé la filosofía impartida por generaciones y, en un abrir y cerrar de ojos, me vi envuelto en un encantamiento: una luminiscencia me cubrió de pies a cabeza, una hoguera recorrió todo mi cuerpo… pero al final -sólo al final- descubrí que no había sido más que una diminuta llama, acogida por un infierno insaciable.

En un desvarío observé a Pan (considerado en la mitología griega el Dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada) y pude asentir que correspondía a mis deseos; me sujetó del cuello con una de sus azules manos y eso me asfixiaba al punto de ver luces de todos los colores en mis pupilas. Con su otra mano, trémulo, recorrió mi cuerpo y mi sexo, estrujó su sexo con el mío. De la cintura para abajo me sentí paralizado, Pan me suprimió los testículos y reventé en su abdomen de pliegues exquisitos: me desvanecí en sollozos y jadeos. Después pasó un dedo por su piel untada de mi semen terrenal y lo esparció sobre sus carnosos labios divinos, luego me besó e inmovilizó mi respiración; su beso contenía pequeños orgasmos que se apilaron en mi garganta. Pude sentirme bautizado en una felicidad infinita como desconocida, ¿”Un Domingo de Resurrección”?, ¡oh! ¡Sí que lo fue!

Ese goce -cuya magnitud no tiene comparativo- abrió mis ojos. En adelante ya no sería el mismo, de ese día en adelante me convertí en uno mejor, en un hombre que libera su mente y su consciencia de las reprimendas ficticias; ahora hago lo que me va o lo que me viene en gana, aunque, por supuesto, teniendo como único límite la voluntad del otro, o de los otros, o de todos nosotros mismos. Encontré una paz que desconocía, que ahora me envuelve al caminar. He sonreído sin motivo alguno y me es placentero vivir mi libertad. Quizás sea el recuerdo que se apodera de mí, el que rompe las cadenas que otrora flagelaron el espíritu humano, aquel que no conocía muy bien y Pan me lo hizo sentir sin escatimar en detalles de su parte.

A través de los años los visitantes, los discípulos y los curiosos del mundo erótico-esotérico dejan una historia en “TOBI”, pero no son historias de “había una vez…”; estas son historias de “Habíamos todos en una vez…” “Cabíamos todos a la vez…” “Todos a la vez nos veníamos…” etcétera, etcétera, etcétera. Desde entonces comprendí que el León-libido que habita en nuestra mente, ha vivido enjaulado en nuestros prejuicios. De tener la oportunidad de morder, arrancaría la piel de quien esté cerca, sin importar las consecuencias. Al fin de cuentas, es su instinto animal. Si el cuerpo no se libera de lo que lo reprime, la mente podrá enloquecer y convertirse en una jaula de papel. Un hombre con “hábitos” “casado” “comprometido” será como aquel león enjaulado que, ante la furtiva oportunidad morderá ferozmente, arrancará la carne, la inocencia, liberara su espíritu erradamente.

Los seres humanos -sujetados a ideales de plenitud y felicidad indistintamente de las raíces y costumbres- tenemos efectos y defectos que no son otra cosa que la materialización de lo que tenemos adentro: los instintos básicos (o bajos instintos), aquellos que avasallan toda razón y lógica, encausando que la raíz de los problemas psicológicos y psicosociales parten de nuestra concepción del sexo, la sexualidad y el deseo que va inmerso bajo nuestra piel. Estos preceptos naturales del hombre desmitifican y hasta rediseñan ciertas normas impuestas por nuestra sociedad, como lo son la fidelidad y la lealtad a una sola persona, a quien uno ha elegido para amar -o cree amar-, dejando al descubierto un instinto de conservación y supervivencia propio del ser humano. Somos débiles, frágiles, mártires de nuestro erotismo retenido por las innumerables prohibiciones que nos han hecho actuar como no somos, robots. La inteligencia artificial puede abstenerse de los apetitos porque está hecha con latas de cerveza y aluminio, pero el Ser Humano es un bocado de dulzura y furia que gusta de los otros.

Es inconcebible un mundo sin sexo o una sexualidad inexplorada en absoluto, pues somos engendrados y concebidos de una manera única que resguarda nuestra existencia, y eso sólo puede darse haciendo el amor (o “cogiendo duro”, citando a Christian Grey)

Si la libertad de expresión sexual, de pensamiento, de inconformidad es una amenaza latente para la política de un estado, para la iglesia -que todo lo malversa- esta amenaza es aún mayor y más siniestra. Ahí, quienes escriben y pronuncian sus plegarias, cohabitan en contubernio, consumiéndose por la restricción que, a la primera oportunidad, les lleva a perder el juicio y el control. Y estas no son ideas que provienen de la especulación. Yo hice parte de aquellos corderos de carne jugosa que se deshace en la boca de los Leones que conforman las huestes de los mediadores de Dios. Es allí donde se gestan las normas represoras que desatan el infierno; porque el infierno está dentro de nosotros, lo que me hace pensar que hay miles y miles de infiernos, que cada quien tiene el suyo, el cual debe controlar.

El hambriento pide pan, lo roba o lo compra. El enfermo muere en la calle, o sobrevive en una clínica. El pecador acude a su templo y se confiesa, o vive amargado y hasta se quita la vida. Con el deseo no hay alternativas, al momento que nos corroen por dentro las ganas de desvanecernos en ardor y caricias que alivian el alma, todo vale. TOBI existe en Medellín, y tengo la certeza de que es y ha sido patrimonio de los recuerdos de muchas generaciones que han acudido allí para liberar lo que de por sí, ya es libre. Allí, donde es innegable que la oscuridad hace más atractivas a las personas, sus palabras, sus cortejos, sus experiencias tienen un sabor que avasalla. Las sombras no existen donde la única luz es el fuego de la pasión inconmensurable, donde se organizan y se apilan los hombres sin sus vestiduras, sin secretos, sin rodeos. Son lo que son, discípulos, adoradores de una realidad que no debería atormentar.

TOBI es un infierno que me gusta, me consume, me descrema; es como donar sangre para quienes la necesitan, una sangre blanca, en este caso como tibio manjar que nos damos de beber, para sentirnos unidos como hermanos, como manadas de leones que se ven y se comen en medio del desvelo y el placer. Allí devoramos nuestros demonios para no ser corruptos allá afuera, donde las iglesias sacrifican sus corderos, limpiando su sangre con agua bendita y de paso expían sus pecados.

El infierno que me gusta es aquel que llevo dentro, el deseo irrevocable, el apetito mordaz por los otros, algo que no es ajeno a lo humano. Somos instintos y necesidades corporales que de no ser satisfechas, proyectan un caos interno, donde somos guerreros sin armadura, sin entrenamiento. Es que no existe entrenamiento para evitar “sentir” lo que nos pertenece por naturaleza, así se oponga a promesas de fidelidad y lealtad que con el tiempo se hacen baldías.

A quien se ama se le pierde de vista, porque el amor es un instante de efervescencia donde “para siempre” es una aspiración. Pero El Deseo, Señores y Señoras, es inacabable.

El único lugar donde el deseo crece como maleza y es “para siempre”, es en nuestra mente.

Siempre seremos el conducto de nuestro apetito sexual, el cual comienza en el seno de nuestra madre, como lo proclamó Sigmund Freud en su momento. Las prácticas que son liberadoras de la mente, tienen que ver con el pensamiento, la palabra y la acción; y nada mejor que nuestro cuerpo para hacer esto realidad; pues con el cuerpo nos damos felicidad y también se la damos a los demás. En el éxtasis se halla la paz interior, la franqueza con uno mismo. Tenemos que admitir con sensatez que el amor, aunque verdadero, es perecedero: a la menor oportunidad se va. Ahora, nuestra obligación es con una sociedad que, por haber sido edificada sobre cimientos de opresión, la hemos hecho víctima de sus propias reglas.

¿En general, qué nos hace diferentes de los otros seres humanos? La ropa que usamos.

El pecado original, la desobediencia, la rebeldía, la revolución, la guerra, todo parte de construir murales entre los hombres.

Como anticipada recompensa para quienes consolidan sus placeres, alrededor del mundo existen muchos lugares como EL CLUB DE TOBI. La esencia y la búsqueda es la misma: “El Corazón del Océano” en las profundidades del mar, en ese Titanic Épico y Naufrago.

Obra de Luis Caballero
Obra de Luis Caballero

Nuestra liberación interior BIEN HECHA y en concesión con el mundo en que vivimos será el milagro de vida que acabe toda clase de guerras. Es inevitable –y sucede cuando dejamos de Ser para hacernos solo Uno- erradicar el deseo, pues hace parte fundamental del hombre en sociedad. Pero debemos tener claro que el deseo reúne sueños, perversiones inocentes y consuelos preclaros para quienes lo merecen. Es mejor alimentar al león bajo nuestro control, que esperar a que éste devore por su cuenta, derramando sangre en santuarios equivocados. Para eso está TOBI, para quienes no podrán ser otra cosa que el prototipo del “buen ciudadano” en esta cotidianidad aburridora y absurda.

TOBI, seguramente, les recibirá como lo hizo conmigo. Allá reposan más de Cincuenta Mil Sombras, pero cada una le pertenece a cada quien, y cada quien tiene un León con la carne a sangre viva, expuesta para ser devorado y compartir. Lo importantes es conocer las entradas y las salidas, para no perdernos por mucho tiempo y alucinar en los brazos de Pan.

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