El olor a fruta, los colores, la voz nasal de los vendedores gritando el tradicional “pásele” ¿qué le pongo? un sábado al medio día. De pronto, al cambiar de pasillo, un olor no muy agradable, se escucha el sonido del golpe de los aplanadores de carne mientras el carnicero va poniendo entre plásticos un pedido para su marchante.

Caminando sin prisa por las calles de la colonia Juárez, me dio la bienvenida uno de tantos mercados y me hizo suspirar de recuerdos, me hizo aceptar y reconocer el tiempo y la vida que ha pasado en mi. Lo que se ha ido, lo que se ha quedado, lo que aún sigo abrazando sin darme cuenta, como los recuerdos de niño con mi mamá haciendo las compras en uno de estos folclóricos espacios. Ella con su carrito, de esos que se jalan con la mano y va llenando uno con lo que terminará siendo cocinado con amor y servido en una mesa de familia mientras se platica de la vida, de las prisas y las prosas de cada momento. Risas, enojos, momentos inolvidables y en ocasiones incómodos, pero siempre deliciosos. Quizás más nutritivos que la sopa de fideos, la milanesa y la gelatina que tanto disfrutaba al llegar del kinder a la casa con mi uniforme sucio y mi sonrisa ingenua, real, inexperta.

Con los años uno se vuelve experto de nada pero amante de todo. Pasados los 40 se comienza a amar los recuerdos y se busca la forma de repetirlos con muchas ilusión, aunque nunca se consigue con éxito, porque nada se repite, porque cada vivencia tiene solo un tiempo. Sin embargo, resulta emocionante pretender conseguirlo, como justo yo en este momento sentado en un puesto del mercado comiendo un sándwich, tomando un jugo de zanahoria con betabel y brindando en silencio con mi historia, con mis recuerdos.

Qué bonita la vida, que bonita la nostalgia que recorre nuestro cuerpo y nuestra mente en silencio mientras pareciera que tan solo caminamos con prisa por la vida. La realidad es que siempre estamos hablando solos. Qué bonitos los momentos de soledad que uno disfruta tanto consigo mismo.

Esas nostalgias que se mueven al entrar a un mercado
FOTO: Salvador Nuñez

Qué regalo el darse tiempo de sentir, de recordar, de volver a vivir en el recuerdo y de ponerlo en letras para poderlo compartir.  Este es un gran privilegio TONES.

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