La fabricación de la historia
Nueva York, 28 de junio de 1969, incrementada la presión estatal sobre las personas LGBT y viendo el fracaso de la estrategia promovida por diversos grupos de gais y lesbianas de hacer un consenso por el reconocimiento de las personas homosexuales en la sociedad estadounidense y tras una típica redada propia de la persecución de homosexuales y trans, estalla en el bar Stonewall la indignación frente a la arbitrariedad. Hasta acá mucho se había hablado de gais, lesbianas y poco de trans, aún eran la excusa de los grupos más radicales contra las personas homosexuales para señalarnos de anormales y como problema social. Así llegaron las personas trans a ser rechazados por ambos, los grupos radicales y los grupos de homosexuales. La ignorancia, la incomprensión, la falta de solidaridad se rompe con la lucha hombro a hombro, la historia nos iría demostrando el error y la infamia de la exclusión que aún no erradicamos, ni de la sociedad ni entre nosotros.
Ahí, en ese remolino de la lucha política y social por la identidad nace el imaginario de las marchas del orgullo. Orgullo gay, orgullo lésbico, orgullo bisexual, orgullo trans, orgullo oso, orgullo de la identidad. Orgullo contra la vergüenza que quería imponer sobre los cuerpos y las personas el sistema estatal.
En Medellín como en muchas partes del mundo relatos y hechos paralelos de persecución nos pusieron a tónica con el relato imperante, acá también se ejercía una presión sobre las personas LGBT y especialmente contra las trans, su judicialización, la muerte que aún no termina del todo era una constante.
Así poco a poco se fabrica la historia, una que heredé y que aún no termino de conocer, no terminamos de construir.
Para la época en que me reconocí como gay, a los 13 años en el año 2000, el mismo año en que llegué a Medellín desde El Carmen, en el Oriente de Antioquia, lo compartí con mi mamá, mi familia y mis compañeros del colegio, fui conociendo la ciudad y reconociendo en ella los signos y los prejuicios sobre ser gay y la necesidad de reivindicarlo, de apropiarlo, de explicarlo, de explicármelo.
Algún día me preguntaron por la marcha del orgullo gay que existía en la ciudad, la cual desconocía y la que calificaban muchos, que tampoco asistían, como una maremágnum de lujuria, drogas, exhibicionismo, la perdición. No supe que responder a los 14, no quise participar a los 18 y me resistí a consolidar un imaginario que no fuera el de la reivindicación desde la consigna social y política, desconociendo la potencialidad de la libertad de expresión representada en la imagen carnavalesca de la marcha. Pocas veces supe de su consigna política, si fue por la forma de la marcha, por el desinterés de los organizadores o por la naturaleza de la conciencia social de los participantes, no lo sé y sin embargo, viéndolo en retrospectiva tenía un valor inmenso, entregar, así fuera un día, así fuera en un sector específico de la ciudad, o las principales calles de Medellín, a personas acostumbradas al gueto, relegadas a él no por voluntad propia.
Solo hasta 2010, a los 23 años, cuando una alternativa intermedia llamó mi atención asistí y pude ver como evolucionamos, como germinaba lo que durante años se había sembrado, el respeto por la diferencia, la reivindicación de la libertad de expresión y el libre desarrollo de la personalidad, el respeto por la diferencia. Ese año la marcha adoptó un lema “La diferencia es lo que definitivamente nos hace iguales” y quise vivirlo. Aun vivían dos marchas en la ciudad, una primera con casi 10 años de estarse realizando y una segunda apenas naciente y que continúa viva hoy; asistí a la segunda, que en algún punto fue una.
En ese año pude comprobar que la marcha es un acto individual y entre la individualidad de miles de personas recorrimos las calles, no sé si alguno de los que estaba allí lo sabía a ciencia cierta, pero lo hicimos y no fue algo fácil de lograr en un escenario en formación, las consignas políticas aun no marcaban diferencia de la rumba y sin embargo no puedo negar que fue vibrante el carnaval, envolvente el espíritu de reivindicación que tuvo mi experiencia en la marcha.
Desde ese momento entendí que este sería el termómetro de la maduréz que tome el movimiento LGBT en la ciudad y actualmente, después de haberse realizado en 2014 la séptima edición de esta marcha que refrescó la presencia de colectivos y reivindicaciones sociales en medio del carnaval, quedo más seguro de que avanzamos, que estamos fabricando historia, haciendo presencia como ciudadanos, con unidad en medio de la diferencia, con voluntad de no quedar sentados ante la arbitrariedad de un Estado que aún no se atreve a entregar derechos plenos a toda la ciudadanía real y no imaginaria. Sin distingo de su orientación sexual o identidad de género salimos padres, madres, hijos, hijas y amigos LGBT o heterosexuales exigiendo todos, reconocimiento y respeto.