Frente a la indiferencia y doble moral del Estado ¿Qué va a pasar con los saunas, videos, salas de Internet y demás sitios de homosocialización que dinamizan la economía en Colombia?
Como si fuera poco el resistir a la discriminación y estigmatización, ahora el covid-19 ha invisibilizado a tal punto los negocios de homosocialización, que ni en los más ambiciosos planes de reactivación económica, se incluyen aquellos espacios en los que solíamos reunirnos para ser y sentir de una forma diversa.
A pulso y ante la indiferencia de un Estado para el que los negocios LGBTI existen solo para la recaudación de impuestos, durante las dos últimas décadas, los emprendedores y empresarios LGBTI habían podido consolidar una amplia oferta que, poco a poco, posicionó a Colombia como una de las economías donde el mercado rosa ha tenido un mayor impacto en América Latina, ubicándola en el 4° puesto, después de Brasil, México y Argentina.
De acuerdo con la firma LGBT Capital, se estima que el mercado rosa en Colombia representó para el país, en 2018, una cifra estimada de USD $16 mil millones de dólares, especialmente en sectores como la salud y el cuidado personal, el turismo, los servicios de capital intelectual, la banca y seguros y el ocio y entretenimiento o economía naranja, esa con la que el gobierno de Duque se ganó la simpatía de los emprendedores, pero que no resultó siendo más que otro de los artilugios de un gobierno indolente con empresas que han generado empleo y pagado impuestos para el fortalecimiento del país.
Por solo citar un ejemplo, en medio del repunte de Colombia como destino turístico en América Latina para los turistas americanos y europeos, los viajeros LGBTI tuvieron un impacto en la economía del país, representado en un 0,19% del total del PIB, ascendiendo a unos USD $600 millones de dólares.
Por todo lo anterior, resulta ofensivo que en medio de la “reactivación económica” post pandemia, el gobierno nacional y las administraciones locales sigan invisibilizando a cientos de establecimientos de homosocialización que, en muchos casos, han debido asumir el papel del Estado para suplir la falta de oportunidades y un empleo digno para las personas sexualmente diversas.
Superar la pandemia del covid-19, no puede ser la excusa para que, de manera indiscriminada, las administraciones locales busquen la desaparición de aquellos espacios en los que, históricamente, la población LGBTI se ha reunido para socializar.
Cada vez se hace más evidente que más allá de salvaguardar la vida de los ciudadanos, hay intereses políticos que pretenden desconocer una lucha por nuestra libertad sexual, que lleva ya más de cincuenta años, en los que han exterminado cientos de vidas que se han negado a sucumbir ante la ‘morronguería’ de estados que han buscado a toda costa, castrar nuestra sexualidad.
Vasta con mirar nuestro espejo retrovisor para darnos cuenta que a finales de los 80s y comienzos de los 90s, otra pandemia, la del VIH, fue también la excusa para tratar de cortar de tajo nuestro derecho a vivir una sexualidad libre y sin prejuicios.
Basta ya de seguir satanizando nuestra sexualidad.
Hoy, todos aquellos sitios que han sido parte de nuestra historia, donde hemos tenido la libertad de ser y de sentir, claman por el derecho al trabajo y al libre desarrollo de la personalidad.
No es el momento de darles la espalda, por el contrario, como sectores LGBTI+, tenemos el deber moral y de corresponsabilidad de acompañar a ASOCOE, la Cámara de Comerciantes LGBT de Colombia y a muchos otros empresarios que siguen dando la cara ante administraciones indolentes, que ven a las personas sexualmente diversas y sus negocios, como parias en una sociedad que prefiere movilizarse para respaldar a políticos que avalan “homicidios colectivos” antes que dar vía libre a la posibilidad de amar y de sentir de manera diferente.
A propósito de cumplirse 27 años del asesinato de León Zuleta, el cual sigue impune, quiero finalizar este texto con la frase que fue la bandera de su lucha por la reivindicación de los derechos de la población LGBTI: