Voy a comenzar manifestando no solo el conocimiento de la nota compartida por Carolina Cárdenas días pasadas en egoCity, sino mi inmensa felicidad por su unión con Carito. A mis dos grandes amigas, grandes por sus decisiones, por su tenacidad y por su amor, les deseo una vida llena de logros y aventuras.
Habiendo la Pequeña Poeta ilustrado un poco el panorama sobre lo que es una unión de parejas del mismo sexo en términos de artículos y formalidades contractuales, voy a mostrar un poco de esas estaciones emocionales en las que una novia, cualquiera, en cualquier parte del mundo y bajo cualquier preferencia sexual, se detiene para pensar en su destino… en su última parada. Lo que sí será especial, diferente, es que el viaje de esta novia lo emprendió ella, yo.
Compré los tiquetes hacia el matrimonio hace exactamente 1 año. Navegué inicialmente los mares de la duda, el miedo, la decisión; natural. Luego aludiendo al romanticismo que me caracteriza y la nostalgia de las tradiciones familiares respecto a la unión de dos personas que se aman, pedí la mano de mi novia a sus padres. Recuerdo que ese día me olía a café y me sabía salado, lloramos. Yo especialmente lloré de comprensión, de aceptación, de reafirmación, de todo lo que muchos homosexuales lloran al carecerlo en una sociedad en la que muchas madres aún prefieren hijos delincuentes o hijas prostitutas antes que “aberrados”. No lo adolecí nunca, pero el solo pensar que las personas que Laura, mi futura esposa, ama por encima de todo, no nos brindaran su apoyo, me ahogaba. Por su parte ellos lloraron de bienvenida, de regocijo, de alegría por saber a su hija amada, respetada y acompañada; maravilloso.
Me arrodillé más tarde en las tablas de un puerto al que soñaba tener ingreso desde que lo vi solo de pasada. Sabía que quería anclar ahí para luego zarpar llevándome algo de él en mi eterno viaje. Lo logré, dijo que sí ante los ojos de 13 de las personas más importantes en nuestras vidas. Emprendimos las dos, los tres (mi hijo que ahora es nuestro) el camino hacia lo que ya nadie podría quitarnos.
Miente quien apela a la perfección para hablar de matrimonio; y no, no existe un boleto “gay” o “straight” hacia esta unión, es el mismo viaje. Conocernos fue esencial, discutirnos, criticarnos, rechazarnos… negarnos, perdernos como cualquier pareja. Pero el encuentro siempre volvió a ser tan grato que así mismo yo volvía a pedirle un “sí” solo con mirarla, era como arrodillarme de nuevo y verla sonreír de sorpresa, llorar de futuro y reafirmarse de amor. Pareciera esta una declaración de enamoramiento constante a mi compañera de vida y sí… pero no. Quiero, además, que el lector logre ver la radiografía de un amor que la heterosexualidad por siempre ha condenado a la promiscuidad y a la inestabilidad. Hablamos de apertura mental, y sí, existe; el imaginario ha evolucionado (no cambiado porque la igualdad es aún una esperanza). Estamos dejando atrás la palabra “tolerancia” que además de todo me resulta ofensiva, por “aceptación”. Pero en los pequeños pensamientos es donde existe y nace la discriminación y uno de esos pensamientos siempre ha sido “es que ustedes los gays son muy inestables”. Resulta que si alguna vez lo fui mi compañera del colegio también y ella no era gay, uno de mis colegas de trabajo no se le escapa a la soltería irresponsable, y él tampoco es gay. No hay una “situación sexual” que te haga estable o inestable simplemente existen “situaciones personales” que te determinan y experiencias que se suman, te cambian… te hacen crecer, o no.
Vuelvo a volar. En unos días es mi matrimonio, sí, así es, mi matrimonio solemne, contractual, simbólico, civil… todos juntos porque es nuestro; mi última parada. Estaré esperando a mi novia para que ante nuestros testigos, se afirme como la esposa que ya es, como la increíble mujer que ha sido y como la compañera de viaje que siempre será.
A todos los que hacen y harán parte de esto, muchas gracias.
A los lectores, a todos por igual, un cliché… un axioma: El amor existe.
Y a ti Laura Sin, te amo.
Por: Stefanie Parra