Hoy en día, la búsqueda de la libertad y la autenticidad del amor ha desafiado cada vez más las “normas relacionales”. Las herramientas para hacerlo se basan en la creación de acuerdos y el respeto por la individualidad, cosas que no suelen verse en las relaciones que practican el modelo hegemónico del amor.
Es importante hacer un análisis de cómo fue construida dicha idea del amor romántico y entender por qué, a pesar de sus resultados cuestionables, la hemos perpetuado durante tanto tiempo.
La historia ha construido las ideas del amor de cada civilización humana. Antes de que naciera el “amor romántico”, existieron diferentes normas de endogamia que se interpretaban como amor, según cada época, con las que se regulaban los intercambios de riquezas y se reglamentaban las autonomías individuales.
Por ejemplo, el matrimonio burgués europeo de los siglos XIV, XV y XVI, unió el amor y el matrimonio bajo los parámetros de la monogamia y la heterosexualidad, implicando una dominación de los hombres sobre las mujeres y la libre decisión sobre sus cuerpos.
La Iglesia católica tuvo un protagonismo importante dentro de esta definición de las relaciones de pareja. Para esta institución, el matrimonio, además de ser la única forma de vincularse válida, es un compromiso directo con ‘Dios’, que simboliza la unión de Jesús con la Iglesia y que solo la muerte puede disolver. Cualquier acto que se cometiera por fuera del compromiso iba a ser catalogado como adulterio y pecado, algo inconcebible.
También apareció el “amor cortés”, un modelo de relación que se daba cuando un caballero se interesaba por una mujer de mejor posición socioeconómica, a quien intentaba “conquistar” públicamente con hazañas de valentía y heroísmo. En la época Victoriana, se tenía establecido que las expresiones sentimentales solo debían tener lugar en espacios de intimidad; además, las mujeres eran vistas como esposas domésticas, religiosas y puras, pero, sobre todo, como madres, lo que limitaba su libertad sexual a solamente experimentarla si su esposo decidía tener hijos con ella.
A partir de estos moldes, se fue desarrollando la idea del amor hasta llegar a la contemporánea, en la cual se diluyen las normas de la endogamia gracias a las luchas feministas.
Con un mundo preocupado por la igualdad entre mujeres y hombres, la sociedad se despegó de la concepción clásica del amor, dándole paso al amor romántico, dentro del que se modifican las costumbres sexuales y se tiene la libertad de elegir pareja.
El amor romántico se crea como un constructo sociocultural que idealiza y glorifica el amor entre dos personas, bajo connotaciones de pasión, devoción y entrega total. Su fundamento principal es la creencia de la existencia de “almas gemelas”, destinadas a vivir un amor eterno, perfecto y exclusivo.
Pero, mientras que la situación mejoraba a nivel educativo, laboral y político para las mujeres, seguía habiendo una gran brecha en las dinámicas relacionales.
Una vez más, la diversidad como pionera
En la segunda mitad del siglo XX, durante las décadas de los 50 y los 60, los sectores poblacionales LGBTIQ+ comenzaron a desafiar las normas socioculturales que dictaminaban la monogamia y la heterosexualidad como las únicas formas válidas de amor. Una de las ideas promovidas durante el levantamiento de Stonewall, en 1969, era la libertad sexual y la exploración de diferentes formas de amor y deseo.
Entre 1970 y 1980 se vio un aumento de visibilidad y aceptación de vínculos no convencionales, como las relaciones abiertas y las poliamorosas. La población queer siguió trabajando para desafiar el estigma y la discriminación en contra de este tipo de uniones libres, convirtiéndose en un activismo fundamental para la deconstrucción de los patrones hegemónicos románticos y heterosexuales que seguían inscritos en la sociedad.
En las relaciones abiertas, por ejemplo, las parejas llegan a acuerdos con los que puedan tener experiencias sexuales y/o emocionales por fuera del vínculo sin afectar la integridad del mismo. Por otro lado, las relaciones poliamorosas consisten en vínculos amorosos de más de dos personas, donde se pueden comprometer románticamente entre todes. Sin embargo, existen más formas de relaciones disidentes:
Pero, a pesar de ser algo promocionado por la población diversa, los patrones posesivos y tóxicos se replicaban dentro de las relaciones LGBTIQ+, ¿por qué?
No, reine, lo marica no te quita lo hegemónico
El amor romántico se estableció como un constructo social hecho por hombres cisgénero heterosexuales, dentro del cual se manifiestan vívidamente los roles y la desigualdad de género. Este concepto se ha difundido a través de la literatura, el cine, la música y demás medios de comunicación, influyendo las expectativas sociales sobre las relaciones de pareja. Por ende, todes estamos inmerses en esta realidad.
Se ha idealizado esta idea de amor con mitos como el de “la media naranja”, el cual, de entrada, entiende a las personas como individuos incompletos que deben buscar a otre con el fin de llenar vacíos y alcanzar la felicidad; esta narrativa implica que el “amor verdadero” es algo instantáneo, que se consigue sin esfuerzo y resulta perfecto.
También, se ha retratado el amor como un sacrificio y una entrega total a la pareja, lo que implica una renuncia completa a la propia identidad e incluso a las necesidades individuales en aras de mantener una relación.
Uno de los patrones tóxicos que se originan en dicha idealización es la posesividad. El amor romántico conlleva una idea de propiedad sobre la pareja donde, directa o indirectamente, se espera controlar sus acciones, decisiones y relaciones con les demás; esto puede manifestarse en comportamientos restrictivos y controladores, los mal llamados celos. Se entra en dinámicas abusivas, manipuladoras y culpabilizantes, pisoteando el consentimiento y el respeto mutuo.
Y no es algo que se vea solamente en relaciones cis-hétero, en las relaciones queer también se pueden replicar patrones abusivos y machistas. Gracias al entorno sexista y patriarcal en el que somos criades, hemos interiorizado patrones misóginos y comportamientos abusivos basándonos en los roles de género. Además, la falta de acceso a información sobre relaciones sanas, la desigualdad en temas de poder y la presión social, pueden llevar a las parejas diversas a vivir dentro del mismo modelo hegemónico.
Entonces, ¿se acabó el romance?
El romance se podría definir como un concepto que abarca emociones, actitudes y comportamientos relacionados al amor y la conexión entre personas. Implica una expresión de atracción, afecto y cuidado con el otre. Por otro lado, según la asociación Amor Libre Argentina (ALA), el amor libre es entendido como una forma de relacionamiento sexo-afectivo honesta y consensuada, en la que no se presupone la propiedad de las personas con quienes se establecen los vínculos, ni de sus sentimientos, acciones o pensamientos. La existencia del primero no implica la imposibilidad del segundo, que es lo que se entiende al momento de hablar sobre relaciones disidentes.
Los vínculos románticos que se salen del molde de lo hegemónico, como las relaciones abiertas, las parejas poliamorosas y demás manifestaciones de anarquía relacional, no dejan de disfrutar la magia del romance, y mucho menos la satanizan. Más bien, se encargan de resignificar esa idea de romance y adecuarlo según las necesidades de las personas que estén involucradas en el vínculo, pero no lo eliminan.
Si logramos despegarnos de la idea de amor que nos han vendido a lo largo de la historia, deconstruyendo el paradigma de que nuestra pareja debe significar todo para nosotres y viceversa, y cultivamos una manera de convivir que vaya más desde el valor de cada individuo como persona y no como “media naranja”, podríamos vivir el amor de una manera más sana.
Los sentimientos de inseguridad como los celos dentro de las relaciones, que son naturales y está bien sentirlos, pueden significar oportunidades de apertura al diálogo, a la creación de acuerdos, al respeto por la individualidad del otre y a conocerse para cuidarse mutuamente. Debemos ser conscientes de que cada persona está viviendo por primera vez, y tenemos el derecho de esperar, desear y querer experimentar todos los matices que la vida pueda ofrecernos.
Hay que construir una cultura de cuidado entre todes, donde nuestra pareja no signifique un impedimento de vivir lo que queramos vivir, sino que represente una compañía y una oportunidad diaria de crecer desde el amor.