“No te acostarás con un hombre como si te acostaras con una mujer.”
(Levítico 18:22)

Como éste existen varios pasajes en la Biblia, que supuestamente condenan la homosexualidad.

Pero han sido numerosos los autores y estudiosos que aseguran que las referencias directas a las prácticas homosexuales en el libro sagrado del catolicismo son imprecisas y escasas, y que esas supuestas menciones no pueden interpretarse de forma literal.

Sin embargo, los líderes eclesiásticos, no solo católicos sino de todas las religiones, han sido los encargados de perseguir y condenar a aquellos creyentes que no sigan la heteronormatividad impuesta por dichas instituciones religiosas. ¿Desconocimiento en la interpretación de las escrituras sagradas?, no lo creo; ¿hipocresía?, tal vez; ¿conveniencia?, probablemente sí.

En el 2016 mientras cursaba mi cuarto semestre en la universidad, yo aún batallaba por reconciliar mi orientación sexual con la fe. Ese mismo año, el 07 de julio en un cine del centro de Rio de Janeiro 30 personas vieron el estreno de ‘Amores Santos’. Un documental del brasilero Dener Giovanini, que si bien no pretendía destruir el cristianismo por lo menos sacó a la religión del clóset. El documental recoge en 90 minutos más de 500 horas de grabación de cerca de 5 mil curas, pastores y reverendos practicando ciber-sexo con un actor homosexual.

Toparme con este dato resultó revelador para mí en ese entonces. En alguna oportunidad bajo la gravedad del secreto de confesión un cura me había dicho “a usted le pueden gustar los hombres o las mujeres, lo que importa es que no le haga daño a nadie; en la iglesia hay muchos sacerdotes que son así”, luego de que le conté de mi temor a no poder ser un buen cristiano por ser homosexual. Y en serio que son muchos.

Según el periodista y sociólogo francés Fréderic Martel autor de ‘Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano’, el 80% del Vaticano, el epicentro de la curia romana y del catolicismo, es gay. Es ahí en donde está el verdadero dilema, en esa hipócrita cacería de brujas a la población LGBT de parte de los mismos clérigos que condenan en público lo que disfrutan en privado.

La idea no es atacar la orientación sexual de los miembros de la iglesia, sino más bien entender la dinámica del secretismo y las mentiras, que tanto daño le han hecho a una de las instituciones más antiguas y radicales en sus posturas del mundo, con la que funciona el sistema eclesiástico. Un sistema hipócrita, doble moralista en el que el ataque es la mejor defensa, porque, si condeno la homosexualidad de mi colega sacerdote y de los feligreses entonces estoy protegiendo el secreto de mi propia homosexualidad.

A causa de esa doble moral, para muchos jóvenes creyentes que se sienten abrumados con su orientación sexual, el sacerdocio más que una vocación se ha convertido en una opción para lidiar con su propia homosexualidad. Porque la causa de esta homofobia sistemática y esquizofrénica no está en la interpretación de la Biblia como dije al principio, ni en las enseñanzas que dio Jesús a sus discípulos; sino en el Catecismo de la Iglesia Católica, que en los numerales 2357 y 2358 califica las “tendencias homosexuales como objetivamente desordenadas” y “depravaciones graves”, y luego en el numeral 2359 invita a las personas homosexuales a la castidad y a rechazar el “ejercicio de la homosexualidad”.

Me gustaría decirles a los señores que estuvieron en el Sínodo de obispos de 1985 que a muchos de los actuales sacerdotes nos les llegó la notificación de lo que habían redactado en su catecismo, porque es un secreto a voces que el celibato que implica el sacerdocio desde el momento al que se ingresa a los seminarios es un clóset de puertas abiertas del que muchos entran y salen como Pedro por su casa para proteger su secreto sin someterse al castigo de la castidad contranatura.

El cristianismo por sí mismo no es homofóbico, ya que, si bien desde antes de la renuncia de Benedicto XVI se hablaba de un lobby gay en el Vaticano, cabe resaltar que no hablamos de una minoría homosexual persiguiendo intereses personales en la curia romana; sino de una mayoría silenciosa extendida a lo largo de todo el mundo como queda expuesto en el documental de Giovaninni y en el libro de Martel, inmersos en una doble vida hipócrita, escandalosa y llena de mentiras para tapar sus propios conductas, porque eso sí, hay que “amar al pecador pero rechazar el pecado”, aunque si formas parte del clero eso no significa que no puedas disfrutarlas sin que nadie se dé cuenta de las puertas de las sacristías hacia afuera.

La vida privada de las personas, incluidos los sacerdotes solo les concierne a ellos; pero como el mismo Francisco, que ha sido llamado el papa gay friendly dijo en octubre de 2016 “Detrás de la rigidez siempre hay algo oculto; en muchos casos, una doble vida”, y vaya que tenía razón; por lo que es necesario que se ponga sobre la mesa y a carta abierta el tema de la homosexualidad tanto dentro como fuera de la iglesia.

Tal vez sea el momento de sacar del armario esa hipocresía y que la religión erradique de sus discursos esas posturas tal radicales frente a la población LGBT ya que está claro serían los líderes eclesiásticos lo primeros beneficiados, es el momento de que la iglesia se convierta nuevamente en un refugio para todos los creyentes y no para las mentiras y la doble vida. La fe no puede ser un refugio para una homosexualidad “reprimida” que desemboque en una discriminación abierta y descarada, porque la homofobia no es un dogma.

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