Esta frase sin duda, es una de las más decisivas en la vida de una mujer lesbiana ¿Cuantas veces tuvimos que titubear y atragantarnos antes de poder expresar libremente nuestra condición?
Cuando estábamos en el colegio y de manera inexplicable nos daban cosquillitas en el estómago y nos sudaban las manos por aquella compañera de clase o en el peor de los casos por alguna maestra del colegio, eso sí que daba miedo. Entenderse, asumirse y aceptarse en aquella época era todo un dilema emocional con el que todas tuvimos que acarrear en algún momento de nuestras vidas.
Los juegos de “niñas” nos parecían aburridos, preferíamos jugar y hacer cosas más emocionantes que fingir ser pequeñas madres, barrer, trapear, servir el té, jugar con muñecas anoréxicas (barbies), o cambiar el pañal y dar de comer a ese bebé calvo y gigante que era incluso más grande que nosotras, ese que nos daban nuestros padres como regalo de navidad con la esperanza de que algún día creciéramos y fuéramos el prototipo de princesa sumisa que está a merced de lo que digan “los amos y señores del mundo”.
Pero que va, nosotras sí que fuimos irreverentes e irrumpimos contra esas reglas y normas heterosexistas que durante siglos nos han impuesto, no había nada más divertido que jugar al fútbol, montar en bicicleta, jugar a las canicas, caerse, trepar árboles y hacer todo eso que supuestamente era de “niños”.
Muchas chicas lesbianas en nuestra niñez y adolescencia tuvimos que crecer con el matoneo de comunidades machistas que siempre han usado frases como: “Marimacho”, “cacorra” “arepera”, y otros, incluso peores, para referirse a una persona que no cumple con todos los modelos que nuestra sociedad de consumo ha determinado en lo que a una “Mujer” se refiere, pero la femineidad trasciende y va más allá del rol de procrear, ser imagen de deseo, el morbo y estar subyugadas a lo que el mundo nos quiere imponer.
Cuando llegamos a la adolescencia y empezamos a aceptar que definitivamente los hombres no causaban en nosotras lo que las mujeres si hacían, el temor se incrementó porque debíamos esconder nuestra condición a nuestros amigos, familiares, compañeros de colegio y demás personas a los que antes habíamos escuchado hablar pestes sobre las personas homosexuales, incluso, muchas, seguramente, por aparentar, tuvieron que fingir tener novio, ese amigo gay del colegio que compartía y sufría la misma situación contigo y que debía ser heterosexual ante su familia.
Aunque era realmente difícil ser lesbiana sin salir del closeth, llevar a tu primer amor a casa haciéndola pasar por una compañera de clase o por tu mejor amiga, era una experiencia realmente excitante y llena de adrenalina; besarla tras bambalinas era un cuento de hadas, ¿Quién podría imaginarse que tras esa puerta dos chicas se estaban amando sincera e inocentemente?
Algunas nos cansamos rápidamente de esta situación y decidimos darle la cara a la realidad , lo difícil era encontrar la manera indicada de comunicarle a nuestra familia que tenían una hija Lesbiana y que no era que estuviésemos confundidas, o que apenas nos encontrábamos buscando nuestra identidad, porque esa identidad la buscamos durante toda nuestra niñez y adolescencia hasta estar convencidas de manifestarlo abiertamente; ni que despreciáramos a los hombres, ni que hubiésemos sido víctimas de violación, porque no todas las mujeres lesbianas hemos sido violentadas por los hombres (hay algunas que, de hecho, tenemos mejores amistades con chicos que con chicas), era simplemente la necesidad de ser libres, de descansar del peso que llevamos a cuestas las personas que somos parte de la comunidad LGBTI en este país, de poder tomar de la mano y sin vergüenza a nuestras parejas y contar con el apoyo de nuestra familia y amigos.
Al final nos tuvimos que volver temerarias y enfrentar lentamente cada obstáculo e irle contando de nuestra condición sexual a nuestros seres más amados y allegados, todo fue un arduo camino; en algunos casos este ha sido lento, y otros claramente sigue estando en proceso. No importa cual haya sido la historia, porque todas al final compartimos el mismo sentimiento de complicidad y sabemos que la decisión más difícil y trascendental de nuestras vidas fue decir: “Familia soy lesbiana”.
Las Chicas de Lesbos.