Abrí Grindr en Armenia y, ¡oh sorpresa!, la decepción que me llevé fue grande.
Cuando ingreso a esa red social lo hago con la mente abierta, sin un propósito en específico y esperando encontrar algo que me llame la atención, así sea una conversación. Por eso cada vez que me preguntan el insufrible: “¿Qué buscas?” contesto lo mismo: “Estoy abierto a las posibilidades”. Pero en Armenia casi no encontré posibilidades. Todo era lo mismo: “sexo express”. Aclaro que no estoy en contra del sexo casual, pero hoy por hoy no me interesa.
La mayoría de perfiles no mostraban foto de cara y había una constante en las descripciones: “Discreto”. Después de navegar un par de días por esas aguas, me di cuenta que “Discreto” era lo mismo que “enclosetado”. Generalmente al que está en el closet le gusta el sexo express y con personas que también vivan en la misma condición/represión. Razón por la cual, y como es obvio, recibí rechazos. Un par de usuarios manifestaron su inconformidad cuando les dije que no me interesaba el sexo express: “Esta aplicación es para sexo”, me alegaban. Pues resulta que NO, en ninguna parte de la descripción de Grindr dice que sea exclusivamente para buscar sexo. De hecho, les cuento, que hace unos años conocí a uno de mis mejores amigos por ese medio, a quien aprovecho para felicitarlo, pues se va a casar en julio con otro hombre y está más feliz que alma que sale del purgatorio. ¡Enhorabuena! Volviendo a nuestro tema, me parece más importante, en estos momentos de mi vida, hacer una red de contactos que eyacular, vestirme y salir corriendo. Repito: no tiene nada de malo el sexo express, solo que ya no me interesa.
En una ocasión tuve una conversación muy interesante con el torso de un chico de 26 años, profesional, trabajador e inteligente. Cuando llegó el momento de darle mi cuenta de Instagram para que mirara más fotos, desapareció. Al principio pensé que le había parecido muy feo y que se había espantado. Pero después, se me subió la vanidad a la cabeza, e intuí que la razón de su ausencia era otra. Me aventuré a preguntárselo de frente, como hago siempre, y me contestó que yo era muy “visible”. “¿Qué es visible?”, le pregunté. Y esto fue lo que me respondió: “Pues primero, no deberías mostrar tu rostro en la aplicación y, segundo, tu cuenta de Instagram evidencia que eres abiertamente homosexual. Pero tranquilo, yo no te juzgo”. ¿Ah? ¡Habrase visto mayor descaro!
Mi cuenta de Instagram evidencia que soy gay porque soy gay y no lo escondo. Doy la cara en Grindr porque no tengo por qué no hacerlo. No me avergüenzo de ello, soy feliz a pesar del desprecio de muchos, y me siento orgulloso de todos los argumentos que tengo para destrozar dialécticamente al homófobo. Argumentos que, vale la pena decirlo, son científico/académicos. No basados en prejuicios, ni creencias. Pero lo que más me indignó es que el personaje aquel crea que su condición es la “correcta”, que ser “discreto” es lo moralmente bueno y que yo, que estoy por fuera del closet, sea enviado al lugar de los que podrían ser juzgados negativamente. Si no, no me hubiese dicho el “tranquilo, yo no te juzgo”. “Tranquilo, no tienes cómo juzgarme”, le respondí.
Comprendí que el enclosetado es homófobo. Lo es porque profesa un odio por sí mismo, que es una emoción mucho más común de lo que se piensa —dice Bertrand Russell—, y que se manifiesta en crueldad hacia los demás. Además es evidente que el gay homófobo teme lo que odia y odia lo que teme. Y ya son muchos los estudios que dan cuenta de homofobias producto de homosexualidades reprimidas. Al final, ni la culpa tienen. La verdadera culpa es de una cultura machista y excluyente. Así que, perdonados.
Este episodio se lo comenté a un amigo que sí utiliza Grindr para buscar encuentros sexuales y me recomendó que quitara la cara de mi perfil y que jugara el juego de los “discretos”. A él, que es más abierto que yo con su sexualidad, le ha funcionado. Yo, que jamás vuelvo a fingir discreción, mucho menos heterosexualidad, preferí cerrar la aplicación y abrirla cuando me encuentre en una ciudad menos conservadora y más libre.
Esto pone sobre la mesa una cuestión relevante: quizás el activismo LGBTI está siendo muy efectivo en las universidades de las grandes ciudades, pero no llega donde debería llegar con más fuerza, a los bastiones del conservadurismo en Colombia. Hay que ir a los extramuros y mostrarle a la gente la riqueza de la diversidad.
Adenda. El activismo LGBTI apoya el proceso de paz de La Habana por la sencilla razón de que la no heterosexualidad ha sido motivo de homicidios, amenazas, señalamientos y desaparición forzada en el marco del conflicto armado colombiano. Sin insurgencia ya no nos van a señalar de estar aliados con el ELN y las FARC para “destruir la vida, la familia y el futuro del pueblo colombiano”, como lo dijo el concejal de Bogotá Marco Fidel Ramírez. Así que, población LGBTI de Colombia, a utilizar sus redes sociales para convencer a la opinión pública sobre las ventajas de parar la guerra. Argumentos hay cientos. Les recomiendo las siguientes lecturas: informe especial Comisión histórica del conflicto y sus víctimas; informe general de memoria y conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica: ¡Basta ya! Memorias de guerra y dignidad; y El conflicto, callejón con salida- PNUD Colombia. Es importante que vayan leyendo el Acuerdo General y los borradores de los cuatro acuerdos que han sido publicados en la página web oficial del Proceso de paz.
Si uno va a votar a favor o en contra, lo mínimo que debe hacer es leer los acuerdos. No voten en función de los amores y odios que les tengan a los líderes políticos.
¡No sean pusilánimes!