Su ternura me hizo comprender por qué me fui sin decir adiós, y por qué me encontró justamente hoy. Nos estábamos buscando el uno detrás del otro, como los sueños cíclicos, esos que nunca desaparecen, esos que permanecen ahí rememorando lo que fue y deseamos que regrese.

Nos conectamos de pensamiento y cada quien encontró las razones, no estábamos en mi habitación por casualidad. Otro silencio más grave se hizo sobre nosotros, el zumbido en mis oídos se agudizó. Me levante un poco y Jorge viró, me dio la cara, su expresión decidida y su cuerpo caliente me debilitaba aún más. Le pertenecía, siempre había sido así. Tomó mi camiseta con ambas manos, levanté mis brazos como acatando una orden que recibía telepáticamente. Me deshizo de mi camiseta, completamente, mi piel se erizaba con cada roce de sus manos, mi cabello estaba poroso del calor. Después se deslizó desvergonzadamente dentro de mi pantaloneta, sus dedos rozaron mi abdomen y sentí un disparo de arma de fuego (una excitación de muerte súbita), me quitó el bóxer asumiendo que yo lo quería, era egoísta con sus propósitos, eso me daba extrañeza y seguridad, como una encrucijada, una cuerda floja donde no es seguro caer de ella, y mantenerse en equilibrio es un peligro inminente. De manera instintiva sus brazos me llevaron sobre él, apretaba mis nalgas como suyas, su respiración era caliente y eso me embriagaba, estaba emocionado, estaba fuera de la realidad, con él todo parecía un prolongado sueño de emociones y deseos realizables. Su pene erecto, recostado en medio de mi culo.

Me acercó a él, su rostro nuevamente se enfrentaba al suyo, compartíamos la misma intensidad, el mismo aire. Me tomó de la barbilla con su mano fuerte y porosa, me observaba como un niño observa su vida debajo de un árbol de navidad; era yo su deseo, me arrebataba todo lo que llevaba dentro.

Como un animal cautivo me observó, yo era carne fresca y jugosa a pocos centímetros. El animal meditaba si comerse todo de un solo bocado o guardar provisiones para días de hambruna.

Me besó con hambre, la delicadeza y sus caricias habían desaparecido, se transformaba en un reto para mí, en un va y ven de recuerdos y emociones que de regresar a mi vida me iban a descomponer nuevamente, y era a eso a lo que más temía. Su mano derecha sujetó mi pene erecto, lo acariciaba de todas las formas, lo magullaba con morbosidad, desde los testículos hasta la punta, recogiendo con uno de sus dedos mi lubricante natural. Se lo llevaba a la lengua con apetito. ¡Vaya!, me besaba y me masturbaba con un ritmo único, vertiginoso, como una danza del cuerpo humano levitando sobre las aguas. Todo parecía liviano y la atmosfera era infinita, no recuerdo haber tenido mis ojos abiertos o cerrados, creo que sucedía lo mismo dentro y fuera de mí: Estaba con él, mas nada importaba. Sus besos me mantuvieron en silencio, todo era parte del momento.

Ahora estaba sobre mí, una de sus piernas en medio de las mías, la otra apoyada en la cama, nuestras vergas rígidas y lubricadas de sudor y manjares que solo podemos otorgar los hombres para otros hombres. Hacíamos el amor, ¡oh! el amor había vuelto primero que nosotros, mi piel y su piel en un collage de sensualidad y estremecimiento.

Pasó su mano por mis nalgas nuevamente y apretó una con fuerza, le pegó una azotada corta y seca, era la derecha, la que estaba enrojecida, la sostuvo con fuerza. Su boca me recorría la lengua y parecía que buscaba algo muy dentro de mí, pudo asfixiarme y eso me cautivó, aprendí a manejar la situación de una sola manera: hacerle una ofrenda a él con mi cuerpo, como Abraham pudo sacrificar a su hijo para Dios.

Le pertenecía por completo. Se levantó, se puso de rodillas en mi pecho, tomó con fuerza mi cabello y haló para que le haga un oral. Su pene entró lentamente, eso me encendía, le mordía a ratos, quería aprovechar el instante para hacer y vivir todo lo que no pudo ser, pero no quise mantener mi posición tan estática y meditativa, como de muerto, ¡Estaba con él! y tenía que exorcizar lo que acumule por tanto tiempo, sacarme de las entrañas los deseos húmedos y transparentes donde él y yo flotábamos en nuestro elixir. Fue así que lo arrojé del pecho al borde inferior de mi cama quedando yo sobre él, dominando. Me puse de rodillas y con cada mano sujete una a una sus piernas gruesas y de vellos dorados, las separé, formé un anatómico ángulo de 45 y 145 grados con sus muslos, sus piernas y sus rodillas dobladas suspendidas en el aire; su ano, tan delicioso y de vellos rubios me puso más rígido, tenso, era inevitable sentir el hormigueo por todo mi cuerpo. – ¿Qué haces?- abrió sus ojos perplejo. – Cállate, déjame hacerte el amor- Le sonreí con dulzura y colocó una mano en su boca, sonreía mientras sus azules ojos jugueteaban conmigo.

Me apoyé en él, recorrí sus nalgas con mi lengua mientras mis ojos buscaban los suyos por encima de su pecho, Hice un paseo sensorial por su zona perianal, humedecí mi lengua, me deslicé hacia arriba -a su zona peri genital- me tragué uno de sus testículos, le succionaba, le succionaba como sanguijuela; sus testículos eran grandes y ya nada me era extraño, sabía que por dentro quería estallar, Jorge quería estallar pero no lo permitiría tan pronto. Sudoroso, caliente y vibrante, así lo pude describir en ese instante en el cual lo hacía mío, mi secreto.

Con sus manos haló suavemente mi cabello, sus dedos buscaron mi cuero cabelludo y me recorrió con caricias uno a uno los espacios de mi cráneo, sus ojos cerrados y sus dedos en mi cabello me hacían suponer que disfrutaba de mi boca en sus partes íntimas. –Daniel, por favor, hazlo… ¡Oh Dios!- “perdónalos, pero ellos saben lo que hacen…” ¿Estaba soñando y sus dedos eran sonámbulos? ¿Estaba inmerso en mi ofrenda de placer y raro amor?

Levanté mi cabeza lentamente, agotado, ebrio de Jorge, mi rostro untado de todos sus sudores y sabores. Él abrió sus ojos y parecía que lo hacía por primera vez después de mucho tiempo, le tomé sus manos y me recosté en su pecho. –Voy a penetrarte- lo besaba en la nuca y sonreía, no musitaba objeción alguna. Había un lenguaje propio entre nosotros, un lenguaje primitivo pero comprensible: el lenguaje de los amantes.

Jorge se comportaba como un niño al que le ponen el pañal, risueño y tierno, con un brillo en sus ojos alucinante, yo alucinaba estar dentro de él pero eso era solo una probabilidad.

Espera la próxima semana la cuarta y última entrega

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