30-tones, 40-tones, 50-tones…
Esto del tiempo y los años jamás dejará de ser un misterio. Suena trillada la siguiente pregunta hasta que, una mañana con prisa saliendo de la regadera, surge de tu cabeza esto: ¿En qué momento me hice grande?
De pronto como líneas verticales de letras y números muy al estilo matrix, empiezan a proyectarse por tu mente imágenes y recuerdos en cámara rápida. Desde la foto fea que te tomaron en el cunero del hospital hinchado y enrojecido 10 minutos después de haber nacido, tu primer piñata, la primer bicicleta, el primer día de clases, la moda de los 80´s, tus amigos de la prepa, tu primer borrachera, las fotos que nunca enseñaste, el primer novio a escondidas, hasta tu foto porno y comprometedora con algún amante o chacal, viajes con los amigos, perros que en la ruptura de pareja lloraron tu ausencia, amores, momentos, paisajes y de pronto… ¡Menos pelo en tu cabeza mientras te estás peinando! ¡Fuck! Se corta la proyección del tiempo de un chingadazo y volteas a ver el lavabo, evitando el reflejo en el espejo.
Pero en unos cuántos segundos, resulta inevitable confrontar la realidad. Entonces te acercas, te observas detenidamente, te estiras la cara con las manos, volteas a ver tu cuerpo, tiras la toalla y ya sólo tratas de comprobar si es verdad que con la edad se cuelgan los huevos. Ja, ja
No, todavía no llego a eso. Lo mejor de todo es que me gusta lo que veo en el espejo aunque es muy diferente a lo que creía que era.
Todos vivimos de una u otra forma aferrados a los años de juventud. Entre sueños y luchas, triunfos y fracasos, en el fondo creemos ser los mismos y vernos igual, pero no. Hay quienes se aferran a la frescura, a las nalguitas tersas y apretadas, al olor a inocencia y morbo, pero como de eso ya queda poco, entonces lo buscan (o buscamos) en otros. Es entonces cuando se vuelve oficial la etapa del “rabo verde”. Pero el rabo verde no es uno, es el que buscamos entre las piernas de la lujuriosa juventud. Creo que es un delicioso proceso natural, lo importante es no quedarnos atrapados en él.
Cuando yo era niño y le preguntaba a mi papá qué era alguna cosa, él siempre me respondía: “son tones”; “Tones para los preguntones”.
Esta noche de viernes me pongo a escribir y si alguien me preguntara qué tanto escribo con una botella de vino casi vacía a mi lado y una copa toda manoseada con huellas de dedos marcadas por todas partes, yo respondería lo mismo que mi papá: “Tones”. Pero agregaría algo: “tones para los treintones, cuarentones, cincuentones y todos los “tones” que todavía tengan la suficiente vista para seguir leyendo, aunque sea de lejos“. Ja, ja
Lo más maravilloso es que tengamos la edad que tengamos, los hombres siempre seguiremos disfrutando el andar en calzones por la casa y rascarnos los huevos. Sólo que ahora lo valoramos más. Esas cosas simples, cotidianas y poco glamorosas son las que más se disfrutan a puerta cerrada o abierta.
De jóvenes tenemos muchos prejuicios, tratamos de ser como alguien más, de cumplir las expectativas de la sociedad. Conforme vamos creciendo, lo mejor que puede sucedernos es que todo empiece a “valernos madres”. Claro, siempre y cuando hayamos encontrado nuestra propia forma de sentirnos libres y de ser felices. Pero este “aparente estado de valemadrismo puro” es el resultado del duro proceso de asimilar la vida.
¡Qué difícil es crecer siendo uno mismo! Más difícil aún es aprender a conocernos y darnos cuenta de quien en verdad somos. Y es que en esta vida existen tantas diferencias como seres humanos, y es difícil comprender que cada uno somos perfectos a nuestra manera.
En lo personal, se quien soy y lo que más disfruto. Soy un tipo un tanto cínico, vanidoso, con muy poquito pudor que disfruta y se morbosea andando en bolas y tomándose fotos (según yo artísticas). Ah, tengo muy buen sentido del humor y eso me ha ayudado a reírme de mi mismo en los agujeros más oscuros en los que he caído. (con o sin albur).
De pronto respiro, suspiro muy profundo, le doy un trago a mi copa de vino y sonrío en silencio. Todos somos susceptibles a la crítica, sobre todo en estos tiempos de las redes sociales en las que todos opinamos de todo sin siquiera tener idea de nada. (Cosa que me parece terrible) pero al final, es libertad de expresión. Los idiotas se toman todo en serio y los un poquito más pensantes, saben tomar todo como de quien viene.
Creo que lo “natural” es tener una doble vida, una doble personalidad. Tener una dualidad, pero muy pocos se atreven a expresarla y más aún, a disfrutarla. Hay tantas reglas y moldes caducos que llegamos a confundirnos. Por un lado, luchamos por acabar con ellos porque duele sentir que no encajamos en ninguna parte. Y por el otro, simplemente queremos disfrutar de ser quienes somos y demostrar que tenemos una genial y personal manera de conseguir las cosas.
Hoy me vi al espejo y me reconocí maduro, pero mi alma sigue siendo de niño. Hoy estoy decidido a no volver a dudar y a no pretender ser diferente a quien yo se que soy. Hoy decidí disfrutar todas mis locuras y momentos honestos, espontáneos por locos que parezcan, porque es mi vida y en ella yo mando. Ya es hora de ordenarme a mi mismo vivir libre y ser feliz.
Sí, tengo 40 años y tengo mucha vida acumulada para poder jugar con ella, para revolcarla y revolcarme de mil maneras, para cultivar mi espiritualidad y a la vez mi cuenta de instagram llena de fotos en calzones o desnudo.
¡Es mi vida, son mis años, es mi alegría, mi pasión, mi emoción, mi morbo, mi sonrisa y mi deliciosa erección. Perdón, elección. ¡Bienvenidos a mi mundo!
Me pregunto si esto mismo aplicará a las mujeres…
Sin duda, este post continuará. Todavía hay mucho que contar de nuestros sentimientos de “#TONES”.
Te comparto mi blog salvadornuñez.com para vernos y leernos seguido.
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