¿Qué pasa cuando nuestra identidad se construye a partir de la interacción con diversos personajes fetichizados, prácticas masoquistas, gustos alternativos u objetos de toda índole? ¿Podríamos hablar de sexo y erotismo queer?

Para nadie es un secreto que al confrontarnos con momentos de excitación, nuestro cuerpo experimenta diversos escenarios de placer: a través del contacto físico o visual con los pies, las axilas, las pantorrillas o las manos; al asumir el juego de roles como perros, amos o dragones; o, finalmente, al experimentar el roce con diferentes texturas o materiales como el látex, bolsas de plástico, la seda, las mayas o el cuero.

En definitiva, los cuerpos y sus sentidos siguen siendo, para muchos, territorios inexplorados que nos demuestran que nuestros gustos o preferencias van más allá de los límites conocidos, son únicos y diversos y que, como lo queer, traspasan las fronteras de lo que lo socialmente se conoce como “correcto”.

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En el mundo actual cada vez hacemos mayor énfasis en la posibilidad de experimentar la independencia, autenticidad y autonomía. Una lucha permanente que nos permite entender que la diferencia es ese territorio en el cual, como humanos, todas y todos nos encontramos.

Desde esta perspectiva, ‘La diversidad como derecho incontestable’ como diría Manuel Lucas Matheu (España) o la expresión de ‘Nada más Queer que la naturaleza’ como lo afirma Brigitte Baptiste (Colombia), son premisas que demuestran que la diversidad también permea nuestros gustos sexuales y trasciende el territorio corporal, para sumergirnos en la búsqueda de otros paradigmas que nos llevan a experimentar con nuevos objetos de deseo, dando como resultado una amalgama de juguetes sexuales que, como lo queer, nos transportan a terrenos inimaginados: dildos con siluetas marcianas, bolas anales geométricamente cuadradas, estimulantes clitoriales con forma de orquideas, penes dobles de colores fluorescentes y pequeñas manufacturas que dan respuesta a deseos únicos, que han logrado invisibilizar la frontera del dolor y del placer, para convertirla en diversas ‘mañas’ o fetiches que nos sumergen en territorios profundos y desconocidos en los cuales sucumbimos día a día.

Hoy en día, la industria de los juguetes sexuales es consciente de que las dinámicas falocéntricas y explícitas no son tan exitosas como antes. En el mercado de lo erótico, cada vez se encuentra a un mayor número de consumidores que desean ir más allá, que reafirman que lo sexual también es político, que el falo ya no es céntrico, que la vida está llena de momentos excitantes y que el género ya no es binario.

En medio de la noche, en reuniones con amigos que entran en confianza a medida que las copas van y vienen, me he encontrado todo tipo de historias. Muchas de ellas, protagonizadas por individuos que se reúnen con la única intención de presenciar una ‘Orgía de masajes’ donde cada participante, de manera consensuada, práctica el arte de estimular al otro o la otra, a través del sentido del tacto, dejándose llevar por las sensaciones del cuerpo y de la mente, sin importar quién es el que toca o se deja tocar.

Son prácticas que evidencian el inconformismo con lo alienante, con lo correcto, con lo tradicional. Finalmente, somos sólo eso, objetos de deseo, cuerpos híbridos, diversos, raros, desadaptados y perversos, que se conectan los unos con los otros.

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Así como en estas historias, la exploración de lo socialmente convencional, de lo excéntrico y lo ambiguo, da paso a la diversidad del gusto y de lo erótico. Solo basta con atreverse a experimentar el auto descubrimiento, para darle paso a lo nuevo, como posibilidad de expandir la realidad y darnos cuenta de que ese ‘mete y saca’ ese ‘venirse’, ese ‘acabar’, no es más que otra manera de encasillarnos y reducir, a su mínima expresión, una de las cualidades más bellas y estimulantes del ser humano: sentir placer y deseo.

Abro la invitación para re-interpretar y desencasillar lo que ya conocemos, para probar nuevas experiencias, nuevos momentos, para perder el miedo a lo raro y aventurarse a disfrutar de nuestros cuerpos y de otros cuerpos, únicos e irrepetibles, de otros seres y objetos diversos que nos permitan demostrarnos, de una vez por todas, que cada encuentro, con cada ser, será más que inesperado.

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