De pronto y pienso como un hombre libre debería pensar, con un destino y unas metas trazadas. Esto se trata, entonces, de una despedida.
Me acostumbré a la distancia, a mirarte de lejos, y es que de lejos se puede observar mejor. Es difícil mantenerse en pie para aceptar que algo termina, pero todo fin acarrea un principio, y así me consuelo… Creer que vamos a estar bien, el uno sin el otro. Sólo ahora puedo comprender, te puedo querer y encontrarte en todo lo que vivimos, es lo que queda y resta ahora.
Nos convertimos en una tempestad, en la incertidumbre de quienes no creyeron en nosotros, alimentando sus miedos. Sí, no era la forma correcta de querer, pero caminamos de lado a lado, cruzando el río de la ciudad, ciudad llena de contrastes, violando normas, recordando que decir la verdad cuantas veces sea necesario, aunque todo lo demás parezca mentira, es un acto que solo Tú y Yo pudimos entender.
Existe una respuesta a una pregunta que jamás nadie me hizo. Si, sé lo que pensarás al otro lado de la pantalla. Puedo escribirte y no responderás. Anteriormente observé algunas de tus fotos, descubriéndome en la situación más incómoda jamás vivida. ¿Fue un error o un acierto? Desde tu perspectiva -cómoda y libre de reproche- ¿Qué piensas? Posiblemente en el angustioso gesto plasmado en mi rostro por haberme sincerado contigo.
Personifiqué la ridiculez y la vergüenza en su más alta potencia cuando dejé que sobre mi pecho se fundieran una a una las letras de tu nombre, y que mi boca se explayara como si fuese a morir por no permitirme el absurdo y desdeñoso placer de contarte lo que te conté.
Que terrible acontecimiento es la verdad cuando recibirás otra verdad como respuesta, la certeza se pierde de vista. La última noche que hablamos me desvanecí con tu voz y palabras – abrumadoras-, escribiste del otro lado de la pantalla que no te sabías merecedor de mis palabras contenidas en el silencio, pero también ratificaste que tenía mucho valor por haberte dicho lo que terminó en desastre, pero que no fue un error lo que pude atisbar en tu rubor invisible, que solo se trató de un acto de mucho valor haberte dicho que estaba enamorado de ti. Sin embargo, hubiera preferido que me mientas como logro mentirle a quien no me importa.
Tenerte y no tenerte en frente –quizás- pudo ser un alivio, pero la incertidumbre es una semilla de maleza, y esa noche hubo maleza en todo mi cuerpo y corazón. Me descubrí solitario y perplejo, asombrado de haber gritado –sin gritar– lo que proclamé “Las Formas Incorrectas”.
Las formas incorrectas de decirle a otra persona que se le quiere. Las formas incorrectas de ver al otro como un sueño posible sin contar con su negación o efervescencia. Las formas incorrectas de construir esperanzas donde nunca hubo fuego y cenizas no quedan, donde no hubo qué se llevara el viento y ni siquiera existió una guerra que lamentar.
Decirme como premio de conmiseración que tengo carisma para hacer vibrar a otra persona fue una escapada propia de los hombres que se niegan la experiencia de lo deseado, lo abominable, lo más desviado de este mundo. Tu existencia propia y ajena fue solo mía, magulló lo personal y desmedido en mi airosa desesperanza.
Te convertiste en una temporada donde no se explayaron los pensamientos, sin embargo el murmullo de las frustradas intenciones se desvaneció como arena sobre tus pies desnudos, ni una palabra que pudiera cruzarse entre nosotros. El corazón no estuvo roto jamás, el corazón no fue tocado. Jamás hubo un “cuando” en un “donde“ que vivencie un “algo” entre un “nosotros”, un “algo” de lo que hubiera qué arrepentirse.
Esta ciudad llena de contrastes hace que cada día viole esa norma, la vergonzosa enmienda improbable, el acto de recordar que la verdad y decir la verdad cuantas veces sea necesario, aunque todo lo demás parezca una mentira, es un acto que solo Dios puede revertir. Ahora llevo sobre mis hombros el pesado logro de la confesión desahuciada, absurda, desproporcionada para tus vacuas expectativas.
¿Cómo recuperar lo poco que había en vos dentro de mí? La verdad de mis palabras fue mi derrota. Decirte “te amo” fue un acto suicida.
Pero bueno, este hombre puede morir tranquilo, pues haberlo dicho todo, incluso haber dicho más de la cuenta, cuando su cuento tiene muy poco que contar o resaltar, es en sí mismo el verdadero significado de la vida: encontrar luz donde no la hay, y encontrar oscuridad, y quedarse en ella como yo lo he decidido.
El atardecer hizo una tonada elegante en la silenciosa y diminuta presencia de vos en mí, en todas sus formas y en todos sus colores. El resultado de vanagloriar el amor por quienes son tan humanos (como yo) tan equivocados (como yo), ensañando en sus vidas miserablemente soñadoras y carentes de gravedad una pizca de benevolencia consigo mismos, hace que algunas personas sean felices con lo poco que merecen.
El estrecho camino que nos divide consta verdaderamente de un muro que no se debe franquear por miedo a los deseos más puros y meramente irracionales, por miedo al miedo de tener miedo, porque el miedo nos derrumba, nos desnuda, a veces nos detiene de caer en el abismo.
Sin embargo mi espíritu se abandonó a la suerte del destino como debe ser, como un idiota.
Decirte “Te Amo” no fue un delito, pero tu negativa puede ser una pena grave y lentamente dolorosa. Adaptarme a la realidad de vos y de mí fue como adaptarme a esa cantidad de fotografías en Instagram en las que nunca estaré, donde la felicidad es solo tuya y la sorpresa y la pobreza se mutan en un extrañísimo sueño enternecedor del cual no es fácil despertar.
Me regocija tu inspiración, me sublima que sepas amar y lo sepas decir bien, en la forma adecuada, es que somos artistas, pero que seamos artistas –ello- no es consecuencia de nada, es una simple calamidad de un futuro ajeno a los presupuestos de nuestra felicidad dividida, tu deseas una cosa muy diferente a la mía, yo te deseo con ganas de besarte todo el cuerpo, dejarte con moretones en toda tu existencia, tu deseas… Lo que deseas.
Esto está a punto de terminar… Voy de lado a lado. Estás de colores, en blanco y en negro, te ves fenomenal. Me gusta el paisaje que llevas detrás, esa inmensidad en ti cobija el momento y se perpetúa en el tiempo. Vas de lado a lado y por fin me encuentras, sonríes, callas, me ruborizo y sé que te ruborizas. Contemplo la epifanía reconociendo que no llegaré a ese lugar sino transgredo mi naturaleza, mi forma.
He aprendido a ser feliz con nada o muy poco. Y pues, después de todo lo dicho no tengo más palabras. Solo estoy aquí, en ningún lugar, disfrutando la expresión de tu rostro inmaculado, inocente de mi disimulada observancia. Pero me alienta los antojos de piel humana y caricias el oler tu mismo aire desde lugares distintos. Me siento libre, casi feliz. Posible y sea yo un sujeto extraño que quiere sorprenderte, que quiere encontrarte.
El único acierto fue que no me amaras o que siendo amor, sin importarte cuánto o cómo lo que transmitían tus ojos, solo podía ser la certeza de no verme sufrir con lo que fuere que tu verdad contuviera. Todo esto de convertirme un tu momento oculto e irremediablemente satisfactorio en tu vida era suficiente, te lo juro.
Lo juro, 2 veces.
Pero presumías que teniéndolo todo serías un hombre completamente feliz, y que ese es un goce desmedido para ambos cuando yo te compartiría y tú me dividías en moléculas de deseo y felicidad con un amplio abrazo de ternura. Supiste ocultarte, pero te encontré incluso en la sombra.
¿Sabes? de resto todo ha sido incorrecto, incluso estas letras, por ahora lo que busco es encontrarme, y se debe recorrer el mundo entero para deshacer el nudo de aquella amistad que hubo entre nosotros. Se debe recorrer en tu propio eje para encontrar el inicio, y de ahí, de ahí en adelante, tu lado es el fin.