-J A M Á S- Así, con mayúscula sostenida y espaciado entre letra y letra, fue su respuesta cuando le planteé una verdad que puede ser arrasadora: la belleza y la fuerza de la juventud se nos pasará.

Dejaremos de ser el centro de atracción de las fiestas, los hombres dejarán de mirarnos tan a menudo y con los años nos iremos volviendo cada vez más frágiles y, según la sociedad moderna, feos.

No quise enzarzarme en discusiones bizantinas, no tendría sentido intentar dialogar con un miedo irracional sembrado por esta sociedad de la eterna juventud, que prima la belleza física por encima de todas las cosas; sin embargo, me asentó un cuestionamiento que venía dando vueltas alrededor de mi cabeza desde hace un buen tiempo…

Me deslizo por las recomendaciones que me hace Instagram, puros cuerpos perfectamente moldeados, hombres tomando el sol después de haber salido de algún taller de un artista renacentista: barbas perfectamente definidas, dientes alineados y una estructura corporal envidiable. El que más poquitos “me gusta” tiene en esa rápida ojeada alcanza los 4.300 más o menos.

4.300 personas le han dicho al de la foto que eso de lo que aparenta, está bien, es perfecto y válido, incluso muchos pinchan el corazoncito con el convencimiento de que, además, es necesaria gente así, perfectamente construida y moldeada, los demás ni existimos, pero, ¿qué hay más allá?

Este escrito no es una diatriba contra la belleza, soy un esteta, por lo que la admiro, la deseo y en ocasiones la morboseo, pero sí me surgen varios interrogantes: ¿qué trasciende esa belleza construida en el gimnasio?, ¿qué más hay aparte de las horas invertidas en el gimnasio?, y la verdad aspiro a respuestas mucho más elaboradas que un simple “trabajo y soy buen hijo, buen amigo, buen hermano”; porque es casi inherente al ser humano, o por los menos un deber y, ser “únicamente bueno” desafortunadamente no se consolida como un asidero en los años cuando los likes ya no estén y las miradas estén puestas sobre otros.

Desde la visión ancestral del hinduismo, los seres humanos estamos divididos en siete cuerpos: cuatro corresponden al plano inferior de la manifestación, los tres restantes al plano superior. Los primeros consolidan la personalidad, los segundos el Ser, la Esencia de lo que somos.

Así, los cuatro inferiores son: cuerpo etero-físico, cuerpo pránico, cuerpo emocional y cuerpo mental (mente de deseos). Los resultados del gimnasio, de la peluquería, del diseño de sonrisa; le apuntan al más bajo de estos cuerpos, el etero-físico. Los “me gusta” de Instagram, al superior, al mental, es decir, al ego, a esa mente que desea admiración, reconocimiento y ser validada por los de afuera, entonces surge otra pregunta: ¿y lo demás qué? El cuaternario inferior se agota a medida que pasa el tiempo, el ternario superior no, pero ¿qué está haciendo cada uno por cultivar un alma realmente profunda que le sirva de centro en los momentos de soledad?

El miedo al paso del tiempo es natural porque cada que el reloj se desgrana en segundos nos vamos enfrentando a un mañana desconocido, a la incertidumbre de qué pasará, nos encaramos con el miedo a la soledad ya que somos una generación que no ha sabido crear vínculos lo suficientemente estrechos y fuertes por miedo a salir heridos, a cambio, nos hemos refugiado en una experimentación desenfrenada e inconsciente de la sexualidad en la cual el cuerpo perfecto o la cara de revista son las mejores herramientas para triunfar; todo esto sustentado en una falsa idea de vivir a toda costa, surgida de las entrañas de la corriente de la liberación sexual que comenzó en los años 60 aproximadamente y que para profundizar en ella no nos daría ni el tiempo ni el espacio.

Creo que cada uno debería tener la capacidad de reaccionar con más tranquilidad a la verdad enunciada al comienzo de este texto al tener la certeza de que en la actualidad está llevando a cabo acciones e iniciativas que le den paz de cara a ese futuro inevitable, y así evitar tanto “J A M A S”, y responder con más sonrisas silenciosas, de esas que solo salen con la convicción que da la sabiduría.

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