Los actos de discriminación siguen pasando y no podemos quedarnos en silencio. Stephanie Montoya/Simonne Garlic, nos comparte su vivencia y la exigencia a reparar la dignidad de la diversidad en Medellín, Colombia.


En noviembre del 2018 mi pareja y yo, ambas mujeres, fuimos discriminadas en el restaurante La Grande Pizza en el centro de Medellín. En el humillante y muy indignante suceso el administrador del lugar se negó a atendernos porque éramos dos mujeres que se besaban (no, no importa cómo fue el beso) y para él estábamos siendo indecentes ya que el restaurante suele ser frecuentado por niños, haciendo que nos fuéramos.

Escrito publicado también por la autora, a través de su perfil de Facebook.

Esa noche, tras más de dos horas de grabar vídeos para probar la discriminación que estábamos sufriendo, llamar a la policía y hasta recibir unas supuestas “disculpas” por parte del hijo de la dueña (pidiéndonos que no publicáramos los vídeos), volvimos a casa con el alma rota, sintiéndonos violentadas, vulneradas, humilladas. No podíamos creer que nos hubiera pasado algo así. Nos dolía la dignidad y mucho.

En días siguientes, y aún muy tristes, decidimos no publicar los vídeos en redes ni interponer denuncia en Fiscalía; quisimos no combatir el odio con mas odio. Así, con la ayuda y acompañamiento de Carolina Bedoya Soto, abogada del proyecto En Plural de la Secretaria de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, decidimos intentar algo distinto.

Formulamos un derecho de petición solicitando a la propietaria del restaurante disculparse públicamente con nosotras y la población LGTBI+ de la ciudad, a la vez que les pedimos también capacitar el personal de los puntos de venta de La Grande Pizza en materia de no discriminación y diversidad sexual y de género, para que esto no le sucediera a nadie más. Vimos una oportunidad de llegar a muchas más personas a través de la educación y la información.

Sin embargo, pasaron los días y no obtuvimos respuesta. Por ello decidimos interponer acción de tutela por las múltiples vulneraciones a nuestros derechos fundamentales. Fue allí cuando respondieron de La Grande Pizza diciendo que nos debía bastar la “disculpa” privada que habían ofrecido ese día y se negaron a capacitar el personal, ya lo habían hecho decían, aunque nunca lo probaron. Dijeron también que la opinión del administrador no representaba las políticas del restaurante, y que por ello no se responsabilizaban por sus actos de discriminación.

Señorxs de La Grande Pizza: ¡No, la lesbofobia no es una opinión personal! Es un problema estructural y sistemático.

No obstante, lo que más nos dolió de la respuesta fueron las declaraciones extrajuicio que adjuntaron de dos hombres trabajadores del restaurante que se identificaban como miembros de la población LGTBI, jurando que nunca los habían discriminado en el restaurante.

¿Cómo eso iba a reparar el daño causado y nuestros derechos vulnerados, cómo esto borraba lo que nos habían hecho a nosotras y cómo esa respuesta nos iba garantizar no repetición?

En primera instancia el juez negó la tutela pues ya había respuesta al derecho de petición. Una vez más nos sentimos tristes e indignadas, además de muy frustradas y enojadas por haber confiado en el sistema.

Por supuesto apelamos la decisión, acompañadas siempre por la abogada Carolina Bedoya.

Finalmente, entre incertidumbre y confusa satisfacción, recibimos el fallo de segunda instancia. Sentencia en la cual se tutelan nuestros derechos a nuestra dignidad humana, libre desarrollo de la personalidad y la intimidad personal por la discriminación que sufrimos ese 17 de noviembre en La Grande Pizza. Teníamos razón dice la jueza, nuestros derechos fueron realmente vulnerados (Les dejamos la foto de la decisión y algunos fragmentos). Ahora esperamos impacientes se cumplan las órdenes judiciales de segunda instancia, peticiones razonables que no quisieron atender y a las que ahora se ven forzados a cumplir.

De todo esto nos queda la indignación, la rabia y la frustración acumuladas al haber sido violentadas por ser dos mujeres que se aman. Nos queda la desazón de saber que ser disidente en una ciudad como Medellin te hace vulnerable a la violencia de la heteronorma patriarcal que te persigue, te censura y no descansa hasta quebrarte; la misma que sabe que puede violentarte siempre, en cualquier momento y lugar.

Nos queda el hartazgo de haber intentado hacer las cosas respondiendo a otras lógicas, dando la oportunidad de construir desde el amor y la empatía, pues nos dimos cuenta que hay quienes simplemente no están dispuestos a entender que no tienen derecho sobre nosotras y nuestros cuerpos. Pero también nos queda la satisfacción de no haber dejado de pelear, de no habernos rendido y de haber sentado un precedente en esta ciudad postiza e hipócrita.

Hoy alzamos nuestra voz, una voz lesbiana que le dice a Medellín que si lo normal es la violencia a la que está tan acostumbrada, no nos interesa ser normales.

¡No nos vamos a quedar calladas, no vamos a parar de denunciar estos actos de odio porque sabemos que no somos las únicas víctimas; y sépanlo que tampoco vamos a dejar de amarnos, porque amarse es un acto político al que no estamos dispuestas a renunciar!

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