La Gabriela Mistral que se enseña en Chile es la madre y maestra, la poeta que invita: «Dame la mano y danzaremos; dame la mano y me amarás».

En las plazas –y hasta el billete de 5.000 pesos chilenos– Mistral es la mujer con los labios apretados y el ceño fruncido, vistiendo un traje de dos piezas y el pelo recogido en un moño. En el ámbito literario, los mistralistas tradicionales han llegado a llamarle «la divina» o «la santa», alimentando esta imagen unidimensional y distante de la escritora, diplomática e intelectual más importante de la historia de Chile.

Es cierto que la autora nacida en 1889 en la comuna de Vicuña, al noreste de Chile, defendió los derechos de los niños y la importancia de la educación, escribió poesía sobre la infancia, el amor maternal y la naturaleza. Pero también creó textos de una pasión ferviente, incluso de erotismo entre mujeres.

En la intimidad, en sus cartas, videos y audios personales, Gabriela Mistral demuestra haber sido una persona más compleja de lo que indica el retrato oficial.

La primera persona de América Latina en ganar el premio Nobel de Literatura –y la única mujer de la región que ha conseguido dicha distinción hasta el día de hoy– vivió en una época muy conservadora.

En 2010 María Elena Wood estrenó «Locas mujeres», un documental sobre la relación romántica entre Mistral y la estadounidense Doris Dana, basándose en 40.000 documentos personales de la escritora chilena.

Su documental reveló lo que hasta entonces era un secreto a voces: Dana no era su asistente o secretaria, como se ha repetido hasta el cansancio en las biografías de la autora de «Los sonetos de la muerte» y «Desolación». Dana era su pareja.

Esto, según Wood, generó un conflicto en el mundo mistraliano tradicional. «La preferían loca que lesbiana«, dice la documentalista.

Mistral nunca tuvo interés de que se conociera su vida íntima. Era discreta, como indicaba la etiqueta de la época. Tuvo numerosas secretarias, mujeres educadas que la ayudaban en lo doméstico y financiero, pero también con el caos de sus poemas y textos escritos por doquier en pequeños papeles.

De hecho, fue la propia Mistral quien inició el rumor de que Dana era su asistente.

Dana, en cambio, negó directamente cualquier vínculo romántico entre ellas hasta la fecha de su muerte, en 2006. Sin embargo, como escribió en el epílogo de «Niña errante» su sobrina Doris Atkinson, la estadounidense «no hizo esfuerzo alguno por restringir el uso de las cartas ni dejó instrucciones al respecto».

La falta de conocimiento de «la verdadera artista» fue lo que la llevó a seguir con el proyecto audiovisual “locas mujeres”: «Es imposible entender la pasión de su poesía sin conocer las fuerzas internas que la movían«.

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