Muchos son expertos en hacerse los pendejos frente a las emociones, quienes las expulsamos sin filtro somos tildados de locos, pero no es así.
Hace algunos días curioseando en Internet me encontré con el término ‘intensidad emocional’, un problema psicosocial de las personas superdotadas o con altas capacidades. Me causó impresión como esas personas tan inteligentes tenían tanto en su cerebro que sus emociones los vuelve un ocho. No se preocupan por saber o no de matemáticas, pero sí de su relacionamiento con el otro.
El doctor Eliseo Chico encontró una estrecha “relación entre estados emocionales y rasgos de personalidad”, sobre todo en menores de edad de sexo masculino. Sin embargo, todos tenemos sentimientos positivos y negativos, extremos de las emociones al mismo tiempo; como cuando te da risa y llanto al mismo tiempo, controlar esa bipolaridad es un lío.
La inteligencia y emociones parecen ser distantes, alejadas y vistas por separado pero considero, como Chico lo demostró en sus estudios, que van unidas porque es la ‘intensidad emocional’ la que alimenta la alegría de vivir, la pasión por el aprendizaje, la motivación necesaria para expresar un talento o alcanzar una meta.
Y he acá mi problema, no saber manejar esas emociones. Sentir todo más profundamente que los demás es doloroso y aterrador.
Chico habla además de la ‘memoria afectiva’, recuerdo más que nadie quien me produjo esos estados, los añoro y los odio por una u otra razón.
No creo que este sea un problema exclusivo de los superdotados, porque no me considero como tal y sufro de este mal. Creo que es un problema de la actualidad por lo efímero de los sentimientos y lo sobrevalorado de expresar sin filtros lo que sentimos; reír a carcajadas, llorar a litros o gritar de la ira.
Otros tantos expertos consultados en la web salen a relucir que la única cura es aprender a aceptar las emociones, con autoestima sentirnos más comprendidos y apoyados.
Sentir de más no esta mal solo hay que controlarse (respirar profundo).