En abril de este año estaba exultante porque recibí mi primera invitación a una boda gay. Asistir a una boda entre dos hombre o dos mujeres era algo que anhelaba desde hacía rato. El mensaje que venía con la tarjeta me pareció extraordinariamente bueno por su declaración: “Si compartes que es válido cualquier forma de amor, te esperamos. Serás parte importante de esta historia”.

invitación

A David lo conocí por Grindr el 02 de julio de 2014. No brotó la llama del amor, pero sí la de la amistad, prueba de que dicha red social no sirve solo para encuentros sexuales. El primer tema de conversación giró alrededor de los trastornos mentales, específicamente de la depresión y la ansiedad, algo que a los dos nos interesaba. La charla fue tan amena que hasta coincidimos en el deseo de crear una fundación en Armenia para educar a la población sobre el espinoso tema de la diversidad sexual.

Pocos días después me presentó en su apartamento a otro de sus grandes amigos: Sergio. A los tres se nos convirtió en una rutina ir de noche al apartamento de David a hablar sobre trivialidades, curiosidades, anécdotas, tonterías y de vez en cuando sobre temas más serios: homofobia, discriminación, racismo y, otra vez, trastornos del ánimo. En una de esas conversaciones, David me compartió un libro, que se convirtió casi en su biblia: El arte de no amargarse la vida. Ese libro fue escrito por un terapeuta español llamado Rafael Satandreu, que se ha hecho famoso por explicar de una forma amena, con ejemplos reales de su consulta, las creencias irracionales y las “necesititis”, que la sociedad nos ha inoculado y que nos ha provocado depresiones, ansiedades, pensamientos negativos y obsesivos. Al principio creí que era una impostura más de los que se dedican a libros de superación personal, los cuales detesto, pero me di cuenta rápido de que el autor era un experto en psicoterapia, muy estudiado y con mucha experiencia, y decidí leerlo hasta el final. Ese libro se nos convirtió en una biblia para los dos y nos alertábamos mutuamente cuando recaíamos en una creencia irracional.

Otra de las actividades que realizábamos en ese apartamento eran las muy histriónicas interpretaciones de canciones dramáticas y llenas de letras con creencias irracionales. Cuando digo histriónicas me refiero al límite del histrionismo: bailes, cantos, ademanes, expresiones exageradas que de vez en cuando iban ataviadas con accesorios, cualquier cosa que encontrábamos en ese apartamento. Nuestras canciones oficiales eran “Ya te olvidé” en la versión de Yuridia, “Él me mintió”, de Amanda Miguel y un tiempo después se añadió “What’s up” de 4 Non Blondes, que se convertiría posteriormente en el himno de la boda de David por ser una canción de protesta. Por lo menos así lo veíamos nosotros:

And I try, oh my god do I try
I try all the time, in this institution
And I pray, oh my god do I pray
I pray every single day
For a revolution.

Una noche decidimos abrir un grupo en Whatsapp y llamarlo “El sindicato”, no porque fuéramos a defender los intereses de los trabajadores, sino porque simplemente se nos dio la gana de llamarlo así. El sindicato: David, Sergio y yo, coincidimos en que debíamos tener una especie de oración patria o declaratoria ideológica. Como a los tres nos fascinaba Frida Kahlo y todo lo que representa, nos apropiamos de una de sus cartas nunca entregadas a Diego Rivera y la pronunciábamos a viva voz:

“Me importa una mierda lo que piense el mundo. Yo nací puta, yo nací pintora, yo nací jodida. Pero fui feliz en mi camino. Tú no entiendes lo que soy. Yo soy amor, soy placer, soy esencia, soy una idiota, soy una alcohólica, soy tenaz. Yo soy; simplemente soy… Eres una mierda”

Y así pasó el tiempo hasta que David conoció al amor de su vida y quedó hechizado. Yo fui testigo de ello. Y todo fue gracias a mí. Yo era “amigo” en Facebook de un hombre, que no conocía personalmente, pero que me parecía un buen prospecto de novio. El perfil de ese hombre, llamado Camilo, le apareció a David como amigo sugerido en Facebook con un amigo en común: Federico. Se pusieron en contacto y ahí sí que brotó el amor a borbotones; los anegó. En menos de dos meses ya vivían juntos y Camilo resultó ser una persona maravillosa, noble, trabajadora, sencilla y deportista… Y además churro.

David y Camilo. / Foto: Cortesía.
David y Camilo. / Foto: Cortesía.

Camilo le pidió la mano a David en Río de Janeiro, donde hubo hasta helicóptero involucrado. Planearon la boda, que en realidad para ese entonces era una unión solemne, para el 02 de julio de 2016, exactamente dos años después de que yo conocí a David. Desde un principio defendieron impetuosamente su idea de comprometerse para toda la vida ante sus familiares, amigos y colegas. El camino no fue siempre fácil, pero lo lograron:

“El que ama sufre, el que sufre lucha y el que lucha vence”. ¡Ojo, puede ser una creencia irracional!

Mientras hacían los preparativos de la boda, la corte constitucional aprobó el matrimonio igualitario. ¡Increíble! Lo que siempre le decía a David: “Eres tan de buenas”. A él casi todo le sale bien y se lo atribuye a una actitud positiva. En realidad es una actitud de ver lo bueno hasta en lo malo. Algo que yo todavía no aprendo.

La despedida de soltero de David se la organizamos en una finca en el Quindío. Fueron dos días de risas, risas y más risas. Ha sido el mejor paseo de mi vida y David lo disfrutó de principio a fin. En medio de las risas le pronuncié a David, a modo de chiste, una frase que encontré en un libro de Isabella Santo Domingo:

“El amor es una locura temporal que solo la cura el matrimonio”

Por supuesto que me respondió que eso respondía a una creencia irracional, pues hay amores que sí sobreviven al matrimonio. Pero añadió algo más interesante y que corresponde perfecto a su modo de ver la vida:

“Yo me caso pensando que nunca se me acabará el amor por Camilo, pero si, por algún motivo, se extingue, pues lo disfrutaré mientras dure”.

Eso es precisamente lo que tanto admiro de David y por lo que quisiera tenerlo como amigo toda la vida. Me tranquiliza hablar y compartir con él. Sobre todo yo que llevo años cargando con el fardo de un trastorno afectivo bipolar con ansiedad. Lo digo abiertamente porque hay una necesidad imperiosa de desestigmatizar la enfermedad mental. Y fue precisamente por esa enfermedad que no pude asistir a su boda. Mientras David y Camilo se juraban amor eterno —con un ritual original en una hacienda vallecaucana y por todo lo alto— yo andaba hospitalizado en la Clínica Montserrat de Bogotá. Me quedé con los boletos de avión comprados y con la tristeza de haberme perdido un evento que tantas ilusiones me había creado.

 

De todas maneras estoy feliz por ellos, que demostraron que SÍ es posible el amor entre dos hombres y de que no se necesita de ninguna iglesia para jurarse sagradamente amor eterno.

Con todo mi amor… Y que sean felices para siempre.

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