La Feria Internacional del Libro de Bogotá presenta cuatro autores que desde distintas orillas, hablarán de identidad, dolor y diferencia. El diario El Espectador publico una entrevista con Giuseppe Caputo, director cultural de la FILBo, la cual nos ha concedido su republicación en nuestro medio.


Un muchacho vive —resiste— su amor con un hombre maduro que agoniza de sida. Jerarcas católicos reprimen sus impulsos homosexuales. Hombres sin horarios que los disciplinen y sin órdenes para vivir. Estos son algunos de los personajes de Mundo cruel (2011), el debut del escritor puertorriqueño Luis Negrón que será presentado en Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo).

Este libro de cuentos habla de gente que cose heridas con diversión y placer. Su prosa —un torrente de expresiones de los guetos caribeños— ambienta cuadras y cuadras de templos religiosos y de personas que reclaman sexualidad libre. Si Mundo cruel es un loquerío desmelenado propenso al melodrama, como lo describe Ignacio Echevarría, encargado del prólogo, El amor del revés, otro lanzamiento en la FILBo, hace todo lo contrario.

En esta novela el escritor español Luisgé Martín evita la fogosidad del lenguaje y se adentra en un viaje de aceptación al interior de sí mismo. Revisita sus diarios de adolescencia, en los que lidiaba con la homosexualidad como un secreto vergonzante y pensaba que nunca sería feliz. En palabras de Martín, su vida era la historia de una cucaracha que se volvió humano.

La feria busca con sus invitados ese encuentro de voces. Que no solo un gay, por ejemplo, cuente el mundo LGBTI. Que Negrón, Martín, Dany Salvaterra (Eléctrico ardor) y John Better (A la caza del chico espantapájaros) lo narren desde distintas orillas. Vivir la homosexualidad como un acto de liberación o como un corsé tan represivo como la condición heterosexual.

Giuseppe Caputo, director cultural de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, habla sobre los supuestos clichés del género y de las discusiones que se abrirán en la feria.

Las adjetivos de literatura gay y novelas LGBTI serán discutidas en la feria. ¿Por qué?

Cuando uno dice literatura gay, a veces la gente se enfoca en la palabra gay y no en la palabra literatura. En la FILBo se discutirá el lugar y la intención desde donde se hacen estas preguntas. Algunos piensan que si no existe el término de novela heterosexual no debería existir el término de novela LGBTI, pues se da por sentado que lo heterosexual es lo universal y que lo LGBTI es solo un fragmento de la experiencia.

El problema, me parece, no es la palabra, sino la intención que se tiene con ella. Si la novela habla del sujeto homosexual frente a la violencia homofóbica, ¿por qué le vas a quitar universalidad a esa experiencia? Hace unos días un autor me dijo que la palabra se usaba para demeritar: “Ah, eso es de maricas”. ¿Por qué yo habría de entenderlo así? Si la gente salta es por homofobia.

Tal vez habría que fijarse en el término queer, porque habla de estéticas extrañas y no se limita a la orientación sexual.

¿Podría darnos un ejemplo de queer?

Es una palabra que ha cambiado mucho y hay que dejarla que cambie para que siga su propia naturaleza. Queer era un insulto para llamar al raro y lo que hizo la comunidad LGBTI fue apropiarse del término y resignificarlo. Para Paul Preciado es lo que se resiste a la clasificación, lo que no es chicha ni limonada.

Marosa di Giorgio, una poeta uruguaya que me parece la más rara de todas, utiliza el imaginario católico y lo interviene con otros imaginarios. De repente ves en sus versos a la virgen María bajando del cielo, rodeada de avispas, llena de miel y enamorándose de una mariposa. Eso me parece mucho más queer que ver a dos hombres besándose.

Algunos autores dicen que el término gay suele significar en los libros ser marginal, loca. ¿Por eso hay reticencia a leer sobre este mundo?

Uno de los grandes problemas de las comunidades que históricamente han sido narradas en y desde los discursos hegemónicos, como es el caso de la LGBTI, es que viven en una respuesta permanente a esas narrativas. Entonces, alguien puede decir que ser loca es el cliché del gay, pero ¿cuál es el no cliché del gay? Un gay masculinizado que intenta parecerse al macho convencional me parece mucho más cliché. El macho, sea homosexual o no, creo que es y ha sido el lugar común del mundo. El gran cliché del mundo. Me parece, pues, que si queremos hablar de una liberación, ésta podría pasar por narrarse como se quiera sin vivir en una respuesta permanente a lo que alguien pueda pensar de uno.

¿Los lectores no agarran un libro gay simplemente por homofobia?

La reticencia a las locas es por homofobia y misoginia. No hay homofobia sin odio a lo femenino. Esa homofobia se vive dentro del propio mundo gay. El mayor desagradecimiento de algunos gais ha sido con las mujeres y con los negros. No habría movimiento LGBTI sin lucha feminista ni lucha por los derechos civiles. Como dijo Lady Bunny, la drag queen: que no me digan los gais de corbata que yo no salga a las calles porque les da vergüenza que los vean conmigo. Gracias a los marginales —los travestis y los trans— es que ellos pueden ir por la vida con su novio diciendo “soy súper normal, solo que me gustan los hombres”. Me parece más interesante reivindicar lo raro, lo distinto, y no amalgamarse con lo hegemónico o convencial.

Usted dice que la autobiografía sentimental de Luisgé Martín, El amor del revés, uno de los lanzamientos de la feria, concentra los reveses y avances de la población LGBTI. ¿Cuáles son?

Luisgé dice que su proceso fue inverso al de Gregorio Samsa en La metamorfosis. Gregorio pasó de ser humano a cucaracha. Luisgé se sentía cucaracha y su proceso fue convertirse en humano. Eso, en términos generales, es lo que el movimiento LGBTI ha intentado hacer. Ese libro, además, pone en el centro narrativas de identidad y dolor.

Evidentemente se ha progresado: cada vez hay más narrativas LGBTI, más países con matrimonio igualitario. Si las generaciones más mayores hubiéramos visto a los 14 años programas como Glee, con tantos personajes LGBTI, hubiéramos tenido unas narrativas para identificarnos y relacionarnos desde más temprano.

Ignacio Echevarría escribe en el prólogo de Mundo cruel, otro lanzamiento en la FILBo, que Luis Negrón logró mostrar la experiencia homosexual como una forma de resistencia menos estadística. ¿De qué forma?

Muestra la experiencia desde la cotidianidad y no desde los números. Lo hizo con el lenguaje, que mezcla lo popular con lo literario, como Fernando Vallejo. Eso enrarece las clases sociales. Habla del deseo: cuando éste se sobrepone al estatus, a la raza, al género. Va más allá de cualquier idea que te hayan metido en la cabeza.

Por Colombia, estará en la feria John Better. ¿Por qué es importante A la caza del chico espantapájaros, su primera novela?

Narra un trópico gótico y el deseo de ruptura con lo que oprime. Al personaje de la novela lo asfixia su mamá y su ciudad, pero las ama. Ayuda a entender la relación del escritor con Barranquilla, donde nació. Esa ciudad tiene una cosa dicharachera, cuentos fantásticos, pero debajo de eso puede haber mucha violencia. Es difícil. Te hacen una broma, te gritan “cacorro” en la mitad de la calle, y si uno interpela a quien te grita, van y te dicen: “Cógela suave, era un chiste”. El barniz del humor, ese “cógela suave”, dificulta la crítica, impermeabiliza esos discursos de cualquier crítica.

En 2016, los ataques homofóbicos crecieron 20 % en el país. ¿Por qué? ¿La literatura puede ayudar a diezmar el problema?

Los avances LGBTI ponen de manifiesto la homofobia. Si todo está dormido y todo el mundo está “enclosetado”, hay una homofobia tranquila. Aprobaron el matrimonio igualitario en Francia y un millón de personas salieron a la calle en París. En Colombia se habló de matrimonio igualitario y ocurrió la marcha contra las cartillas escolares.

La literatura, más allá de cualquier intención militante, permite imaginar vidas distintas a la tuya. En ese sentido, te abre a la diferencia. En una ciudad hicieron una campaña llamada La literatura no tiene colores, y claro que tiene colores. Cuando uno se acerca a un libro, más que esperar una reafirmación de nuestra visión de mundo y de nuestra lógica, lo mejor es dejarse atravesar.

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