Este artículo es mi historia de vida, un relato de un joven cristiano evangélico que no se aceptaba como gay porque creía que podía “curarse” y vivir como un heterosexual.
Nací en un hogar cristiano evangélico y nunca he dejado de practicar mi fe. Por más de veinte años fui un gay célibe, así se les denomina a las personas que tiene atracción por su mismo sexo, pero debido a sus creencias religiosas se abstienen de tener contacto sexual con los de su mismo género. Además, fui miembro de distintas iglesias, en muchas de ellas fui líder de jóvenes, alabanza y también maestro de la Biblia. Actualmente soy miembro oficial de la Iglesia Colombiana Metodista.
Hasta donde recuerdo, desde que era niño me han gustado los hombres. Sin embargo, debido a la creencia que la homosexualidad es un pecado, una idea que yo también compartía debido al adoctrinamiento que recibí, traté de reprimir mis deseos por otros hombres e incluso intenté de muchas maneras dejar de sentir atracción por ellos, pero eso nunca ocurrió.
Hice todo lo que las distintas clases de iglesias enseñan para curarse y liberarse de la homosexualidad: desde las disciplinas espirituales como el ayuno frecuente, oración continúa en la que reprendía el espíritu de homosexualidad, vigilias casi cada semana y memorización y repetición de versículos de las sagradas Escrituras.
Al no ver resultados en los métodos tradicionales empecé a someterme a diferentes formas de exorcismo (como el de la liberación de maldiciones generacionales o iniquidades y la nueva moda de liberación de cautividades) y sesiones de sanidad interior, tanto en grupo como individual, con terapeutas cristianos. En mi afán por buscar mi supuesta libertad, intentaba hablar con cuanto predicador que ofreciera una salida a mi “problema” o contactaba a la gente que presuntamente se había curado, buscando así esperanza para superar mi “mal”.
Por otro lado, por más de cinco años fui parte de un grupo de apoyo que ofrecía sanidad para la homosexualidad, este grupo lo dirigía un hombre que decía haber superado su atracción por el mismo sexo a través un programa de recuperación del ministerio norteamericano Exodus (este ministerio cerró sus puertas hace algunos años al darse cuenta que sus terapias no funcionaban). Inicialmente nos prometieron que podíamos curarnos, pero con el tiempo nos dijeron que teníamos que aprender a vivir con esto como si fuera una enfermedad.
Mientras era líder en este grupo tuve un encuentro sexual con un miembro de este y me removieron del liderazgo, no sin antes hacerme un escarnio público donde me exigieron pedirle perdón a esta persona delante de los otros líderes. Esta experiencia fue la gota que colmó el vaso y es en ese preciso instante que decido no buscar más ayuda, allí me hice consciente que nada de lo que había hecho funcionaba.
No ver resultados, después de tantos años de esfuerzo y búsqueda de ayuda en diferentes frentes, trajo a mi vida mucha culpa, tristeza y amargura e incluso tuve pensamientos suicidas, pero me daba miedo intentar matarme, quedar vivo y en una mala condición. Gracias a Dios no terminé haciéndolo, si no hubiera terminado como Bobby, el chico cristiano personaje principal de la película: “Plegarias por Bobby”. Creo que este film bien pudo haber sido mi historia.
Así que hace más de dos años decidí aceptarme como gay porque no puedo seguir pretendiendo en la iglesia que soy heterosexual mientras reprimo mis deseos por otros hombres, y fantasee en secreto con pornografía gay para luego masturbarme. No quiero seguir sufriendo y llenando de lágrimas mi almohada en las noches mientras le pregunto a Dios: ¿por qué no soy “normal”? e intentar superar algo que no es ni un pecado, ni una enfermedad sino simplemente una de las tantas condiciones humanas.
Me siento completamente realizado al salir del closet porque me he quitado un gran peso de encima, puedo ser yo mismo ante los demás sin tener que avergonzarme de nada y con la ayuda de mi Padre Celestial seguiré adelante en el camino hacia la felicidad, la cual es un derecho inalienable para todos los seres humanos.