Necesitaba tiempo para respirar sin prisa, para sentarme a no hacer nada más que mirarme las agujetas de los zapatos, para hacer el amor o morbosear, como prefieran decirle, sentir la vida y poder seguir sintiendo y compartiendo con la gente en mi blog.
Necesitaba tiempo para tener tiempo, porque corremos tanto que ni siquiera llegamos a oler el pedo que nos tiramos en la calle y eso es más vergonzoso que tirárselo.
Dejar de disfrutar un sólo momento es algo que debería darnos pena.
Sentir la vida, recorrernos de pies a cabeza con la mirada y después olernos, reconocernos es uno de los mayores regalos que podemos hacernos a diario. Cuando me regalo estos momentos, invariablemente termino conmovido, agradecido y con lágrimas en los ojos de alegría por lo mucho que tengo y lo mucho que quiero ser.
Qué rico NY, el verano, mi novio y yo felices descubriendo cosas y lugares juntos, con una historia detrás de nosotros y muchas por delante, pero siempre conjugándose en el presente.
Vivir más despacio es lo que necesitamos hacer todos urgentemente.
Los TONES tenemos necesidades diferentes a los veinteañeros. Recuerdo hace poco haber grabado unos vídeos en Tel Aviv al maravillarme por la calma de la gente en las calles, caminando y topándose sorpresivamente con amigos para terminar tomando un café debajo de una sombrilla y asoleándose las piernas a la vez que jugaban moviendo sus pies de un lado a otro, mientras niños jugaban con sus perros en un parque y sus papas leían un libro sobre el pasto, recargados en un árbol.
Registré el momento con mucha emoción y lo plasmé feliz en un video. Al poco tiempo, un chavo de menos de 30 me dijo: “oye, que de hueva es Tel Aviv, vi tu video. Pensé que era diferente”. Tel Aviv, como la mayoría de los lugares, tiene de todo, pero uno escoge lo que quiere vivir.
Me quedó muy claro que los TONES, por lo general, tenemos nuestras prioridades ya en otro lado y disfrutamos cosas distintas: una buena comida, un buen vino con amigos o una buena peda de buró a solas, una tarde calmada y lluviosa echados en el sillón con nuestras mascotas, una noche en vela leyendo un buen libro, escribiendo o simplemente disfrutando nuestro espacio; un espacio propio, personal, que dista mucho de ser un antro con música a todo volumen y cuerpos inquietos y ansiosos por no dormir solos, por lograr sentirse a gusto sólo si aparece alguien más.
Creo que cuando vamos adentrándonos en el clan de los TONES, empezamos a procurar y disfrutar nuestra soledad, y ésta en ocasiones puede ser compartida.
Quienes tenemos pareja, buscamos nuestros espacios propios dentro de la relación, buscamos no confundirnos cuando nos vemos al espejo, no perder nunca nuestra identidad.
Hay muchas diferencias entre los veinteañeros y los TONES. Por ejemplo: cuando viajas en avión, de chavito te peleas por que tu asiento sea el de la ventana, los #tones nos peleamos por el asiento del pasillo porque sabemos que nos vamos a levantar al baño mínimo tres veces en el trayecto y eso de estar brincando bultos no es nada cómodo. (Sin albur) Bueno, hay de bultos a bultos. Por cierto, ¿han tenido sexo casual en un avión?
En fin, la cosa es que cuando dejamos de correr contra el reloj siempre nos alcanza la inspiración.
Dejemos de pensar tanto, de dudar tanto, de reprimirnos tanto. Actuemos, atrevámonos, liberémonos, sorprendámonos de nosotros mismos, que la vida se hizo para vivirla y para componer todo lo que llegamos a joder mientras aprendemos.
Yo por eso siempre digo que he disfrutado demasiado mis errores en su momento, aunque después los he pagado.
Lo bailado nadie nos lo quita, la edad tampoco y las vivencias menos.
El privilegio más grande de nosotros los TONES es tener historia, es tener algo que recordar, que contar y también el suficiente colmillo para inventar e impresionar cuando lo consideramos necesario. ¿O no?
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