¿Qué clase de mundo es éste y qué personas viven en él para decirle a un hombre adulto cómo y a quién debe amar? ¿No es cierto que cuantas más inhibiciones sexuales y complejos de inferioridad tiene un legislador, más se le llena la boca al hablar de los sentimientos supuestamente sanos de la sociedad? (Heger, 2002: 29).
Por visibilidad, respeto y memoria, yo lo llevaría puesto.
Pareciera una pregunta leída en el blog de algún influencer activista luego de ser violados sus derechos en algún establecimiento público por besarse con su pareja. Pero son las palabras de un hombre vilmente torturado por amar a otro en los tiempos del holocausto.
Es absurdo pensar que ese tipo de cuestionamientos, aún en el siglo XXI, se sigan relacionando a lo que vemos cotidianamente en la población LGBTI en una ciudad como Medellín.
Alrededor de 1939 los llamados “triángulos rosa” eran atados, colgados de manos y empalados por los guardias de los campos de concentración. En 2019, un “marica” es apresado por expresar su libre derecho a la expresión, siendo golpeado y vulnerado por los guardias de un sistema heteropatriarcal.
¿Cuál es la diferencia entonces de llevar un triángulo rosa o una bandera de colores para las personas LGBTI en estas dos épocas?
Tal vez, en esta época, los castigos no sean expresados de la misma manera, o eso se cree. Pero indiscutiblemente sigue siendo un peligro caminar por ciertas calles, asistir a ciertos lugares o sencillamente ser quién se decidió ser. Gritos, chistes, burlas, malas palabras, agresiones físicas y psicológicas recibían y reciben las personas que son marcadas desde tiempos inmemorables por decidir amar y compartir su vida y su sexualidad con quien desean.
Si tuviera que llevar un triángulo rosa pegado en mi camiseta todos los días para que el mundo supiera que soy homosexual, lo haría sin pensarlo dos veces. Por reconocimiento, por amor y por respeto a la memoria de grandes hombres y mujeres que fueron torturados y asesinados a costa de una ideología despiadada.
Lo combinaría con mis ganas de compartir la diversidad, de amar en la diferencia, de reconocerme en la expresión del otre. Lo llevaría puesto con acciones que desde la alteridad me hagan parte de las realidades ajenas para acompañar y sentir aún más con los demás.
Me haría arrestar por defender mis derechos, me desnudaría por mostrar rebeldía contra la opresión; abortaría para salvar mi vida, me raparía la cabeza no como símil de violencia, como en los campos de concentración, sino como una manera de mostrar otra cara de mi belleza. Pelearía por un niñe abandonade para darle una mejor calidad de vida. Me casaría con tres, cinco o hasta veinte para mostrar que el amor no es como la norma lo determina, sino como mi corazón y mi sexualidad lo decidan.
Y ¿acaso no es eso lo que hacemos hoy en día? ¿Será suficiente con marchar y embriagarnos los 28 de junio para reivindicar o mostrar la lucha por nuestros derechos?
Se ha hecho mucho por defender lo que somos y cómo lo vivimos, se ha logrado darle desde un puño, hasta un beso en la cara a un sistema opresor. Porque muy bien lo decía Heger (2002: 55)
“No se trataba de exterminarnos de forma inmediata, sino de torturarnos hasta la muerte con crueldad y brutalidad, con raciones de hambre y extremos trabajos forzados”.
La diferencia no es mucha, los métodos tal vez un poco, pero seguimos “amparados” por una manera de hacer las leyes donde tenemos que gritar para ser escuchados, donde tenemos que luchar para ser reconocidos, donde nos tenemos que morir para ser recordados.
¿Cuál es la diferencia entonces de ser un “marica” en los tiempos del holocausto a uno en el siglo XXI?
Es una pregunta fuerte de responder, pero sobre todo de formular, porque es muy complejo establecer un símil entre ambas realidades por todo lo que cada una conlleva. Pero no es tan descabellado sentirme identificado con aquellos hombres y mujeres maltratadas, ultrajadas y violentadas porque no son ajenas a mi realidad todos los días, una vez salgo de mi casa.
Es importante afirmar que hoy no vivo con miedo porque justamente esa manera de ser visibilizados me ha permitido ser y estar en la sociedad en la que vivo, en la ciudad en la que habito y relacionarme sin temor con los demás en esas hermosas y diversas maneras de ser. Pero tal vez no todos tengamos esa confianza al pisar el mundo y es ahí, como en los campos de concentración, donde debemos abrazarnos y darnos la mano para ser testimonio de una manera de resistir ante el poder, ante la discriminación, ante la injusticia e intolerancia.
Y no hablo desde una posición activista, tal vez no ha sido mi corriente para expresarme, pero si desde un punto amigable, sensible y de acogida, para ser partícipe de lo que nos duele a todes, de lo que nos enfurece, y de cómo seguimos poniendo en alto el orgullo que sentimos por llevar ese triángulo rosa, azul, blanco, verde o multicolor que nos hace ser diversos.
La construcción de un presente diferente no nos invita a ser apáticos con el pasado, sino a sentir la historia como propia para reconocernos en un futuro apacible y lleno de triángulos rosa.
Este artículo hace parte de un trabajo de redacción realizado por el autor resultado del Diplomado de Periodismo para la Diversidad: Historias No Contadas “Narrando desde otro punto de vista”, iniciativa creada por egoCity con la Secretaría de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín y la certificación de CEDENORTE Institución Técnica, para la visibilización de los sectores poblacionales LGBTI de Medellín.