Llegué a la fiesta y Rex estaba ahí, en esta ocasión no se me saltó el corazón ni me puse de nervios porque hacía poco que me lo había topado en la calle y nos saludamos, platicamos de trivialidades ¿Cómo está tu familia? ¿Qué te has hecho? Pasaron menos de 5 minutos y nos despedirnos con una “aparente prisa”. Ese encuentro en la calle sí me dejó helado pero obviamente mi actitud fue de actuación de “Oscar”. Yo tan cool, relajado y mi semblante freso y sereno, según yo.

Ya pasaron 20 años de que fuimos pareja Rex y yo, él fue mi primer novio, con él que aprendí todo lo que no se debe de hacer y lo que tampoco debe uno permitir en una relación. El dolor se me quedó clavado hasta el día de ayer y él se sorprendió cuando entre risas y copas se lo confesé . Y es que cada uno de nosotros vive sus historias en la cabeza y el corazón de manera distinta, dejándonos diferentes huellas, marcas, y en ocasiones, cicatrices.

Lo quise, lo quise demasiado con toda mi inexperiencia, mi ilusión, con toda la nobleza que pude ir descubriendo en mí entre las primeras risas y lágrimas de juventud. 3 años juntos en una relación que ayer en la noche definimos como pasional, conflictiva y adictiva, por no decir enfermiza. Tuvimos muchos desenlaces porque nos resultó difícil separarnos definitivamente, cada episodio fue más desgastante y doloroso hasta que tocamos fondo sangrando al corazón e involucrando a más gente.

Quizás acumulé tanto dolor en todos estos años porque él estuvo relacionado con un “amor frustrado” que viví. Después de Rex conocí a Rami, un chavo espectacular con el que bastaron 4 encuentros y miles de mails para que dejara su vida en provincia y tomáramos la decisión de vivir juntos en la Ciudad de México. Yo lo quería con toda mi alma, en él veía lo que nunca pude encontrar en Rex. Juro que lo valoraba, agradecía cada mañana tenerlo en mi vida, pero lamentablemente el tiempo no ayudó, habían pasado apenas dos meses de haber “supuestamente” terminado con mi primer amor.

Rami fue el amor frustrado de mi vida, él y yo éramos la pareja perfecta entre nuestro círculo de amigos, él era ese chico ingenuo y lleno de ilusiones, todo lo que yo apenas había dejado de ser sin darme cuenta. Fluíamos de maravilla, escribimos en poco tiempo miles de historias juntos, comenzamos a descubrir la vida de la mano y en el brillo de nuestras miradas. Rami tenía una sonrisa inmensa, contagiosa, él era un niño con la fuerza y la energía de un adulto. Un amigo, el Cubano, nos rentó una recámara en su departamento en la colonia Nápoles para que pudiéramos vivir juntos, al poco tiempo rentamos nuestro propio espacio. Este era un departamento grande con pisos de madera, con enormes paredes blancas y grandes ventanas que llenaban el espacio de luz, sin muebles, pero eso sí, lleno de ilusiones, de sueños, de proyectos.

Una mañana, todo el sol que entraba por aquellas grandes ventanas sin cortinas no fue suficiente para evitar que la oscuridad se colara en mi vida y amanecí con el recuerdo, con el fantasma de mi ex, de Rex. Mi inexperiencia, inmadurez y debilidad me llevaron hasta la puerta de su casa, y después a su cama. El verme de nuevo rodeado de las que habían sido nuestras cosas por 3 años, el percibir todavía nuestro olor y el poder abrazar de nuevo a Soruyo, nuestro perro, nos hizo enredarnos una vez más en una relación enfermiza.

La conciencia no me dejó en paz y al poco tiempo tuve que confesárselo a Rami, él, después de haber tratado de pegar los cachitos de su corazón, me perdonó y seguimos juntos, pero mi cabeza se enfermó, mi vida se partió en dos y me resultó imposible dedicar mis pensamientos y silencios a una sola persona.

En poco tiempo sucedieron cosas que hasta el día de hoy me duele recordar, incluso mis manos y mi cuerpo empiezan a temblar mientras estoy tecleando frente al monitor de la computadora. Rami se fue de mi vida, después Rex y después yo intenté huir de la mía mudándome a vivir a Miami, Florida.

Cuando llegamos a los 40, todos tenemos demasiadas historias que contar, un pasado que asimilar y una vida que reescribir en el presente.

Ayer en la noche vi a Rex, platicamos, recordé por qué lo quise tanto y decidí soltar el pasado, quitar el candado en mi corazón y devolverle el lugar que en su juventud él se ganó. Lo abracé muy fuerte, nos dijimos muchas cosas sin hablar, descansé. Entre canciones de los 70’s y 80’s , entre todos los amigos que nos reencontramos en esa fiesta después de años de no vernos, mi energía cambió.

Me quedo con algo que Rex dijo y me llamó mucho la atención: “Somos el resultado de lo que fuimos y de cómo lo interpretamos con el paso del tiempo. La nobleza que te caracterizaba y que me deslumbraba me la quedo para siempre porque seguramente nunca volviste a ser el mismo con nadie”.

En lo primero tiene razón, en lo segundo afortunadamente no. De cierta forma sigo siendo el mismo niño ingenuo y entusiasta, el no haber perdido esa nobleza y esa frescura en mi alma es algo que me sigue trayendo a diario muchos problemas, sin embargo, he comprendido que prefiero seguir siendo yo mismo y respetando mi esencia (aunque no permita que muchos se den cuenta) a convertirme en lo que para el sistema, la sociedad, la forma de querer y amar de la mayoría de la gente es lo correcto.

Salí de la fiesta, manejé a mi casa mientras vi a Rex alejarse en su coche una vez más. Al llegar abrí la puerta silenciosamente, me quedé unos segundos viendo fijamente las luces del arbolito de navidad, lo apagué, caminé despacio y pensativo al baño a quitarme la ropa y después me metí a las cobijas, sentí el calor de mi cama, le di un beso a mi novio, a mi presente, a ese maravilloso personaje que encontré en la vida después de mucho años y que me recuerda todo lo bonito que siempre soñé en una persona, lo bonito que tenían mis exes y lo extraordinario que él tiene por ser único, por ser hoy mi familia y por ser el premio que la vida le dio a mi corazón por no haber cambiado y no haber dejado de creer.

Los exes son exes, pero el amor lleva en sí su propia recompensa y es ese amor quien define nuestro presente.

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