Este texto hace parte de una recopilación de historias realizadas por su autor bajo el nombre: NO SOY UN NOMBRE NORMAL.
Las calles de los barrios repletos de casas y apartamentos, los escritorios en las oficinas y las ventanas de los buses en el transporte público esconden historias de hombres reales. De esos que lejos de los preceptos y de la monotonía que puede representar ser un hombre hecho y derecho, de buenas costumbres, “ejemplar”, cuentan sus propias historias desde una masculinidad que se inquieta, se reconstruye y edifica nuevas maneras de alteridad, de amor propio y de supervivencia.
¿Quiénes son esos hombres a los que intentan prohibirles botar pluma en la disco, a los que han señalado de enfermos, fueron desterrados e intentaron matar a patadas y arrebatarles el alma? Son ellos, se sienten cómodos en su piel cicatrizada, tienen nombre e historia.
“Hablo de sexualidad desde mis 16 años”, fue una de las primeras frases que me lanzó después de sentarse en el café en el que habíamos quedado de vernos.
Me había advertido que tenía prisa, pero una vez estuvo allí, conversamos con soltura y desparpajo.
De pelado era inquieto y desde muy joven ya estaba en búsqueda de herramientas que lo ayudaran a descifrar y entender su identidad. Era un explorador y aunque se reconocía como ‘recontra marica’, no entendía muy bien eso qué representaba. Ni siquiera estaba seguro de que le gustaran los hombres.
Curiosamente en el colegio no sufrió acoso de sus compañeros heterosexuales, lo querían y respetaban. Era líder, el representante del grupo, el personero, el que le seguía el juego a los “machos” y al que las otras maricas no querían porque no gozaban de ese espacio ni de ese reconocimiento: a Raúl lo invitaban a las fiestas, le permitían acariciar desde el juego, lo reconocían y él sabía disfrutar su lugar. Se lo había ganado.
A los 15 años salió del closet y desde entonces ya estaba súper metido en temas de promoción y prevención. Esto en una época en la que todavía era tabú hablar de derechos sexuales y reproductivos.
Devenir
Después de graduarse entró a estudiar Enfermería al SENA y le quedó grande porque le tenía pavor a los bebés, así que le ofrecieron certificarse en Gerontología, y de eso se graduó.
Recién graduado, como dice él, era una mariquita de cara bonita, flaquita, femenina, que le gustaba la rumba y que con su encanto lograba cosas: trago y rumba gratis, popularidad y estar con quien quisiera. Tanto así, que una vez cumplió 18 años, se desbordó: se iba al cine gay, al sauna gay, a la fiesta gay e hizo todo lo que sentía que le habían prohibido antes.
Se había hecho una prueba de VIH antes del grado, para él era algo habitual, era un gomoso con el tema. Quería asegurarse de que todo estuviera bien antes de salir de la EPS. A esta parte le llamó, y aún la frase me sigue retumbando en la cabeza, “el protocolo del miedo”, dice que no le dijeron tácitamente que había que repetir la prueba, que apenas le insinuaron que no había salido bien y que la información que le dieron en primer momento era vaga. Pero no era ningún bobo, él entendía lo que estaba pasando.
Ya estaba sin seguro médico pero corría con la suerte de conocer a la encargada del programa, dice que Clara Vega, ella le gestionó para que le hicieran la prueba confirmatoria. La misma Clara se lo verificó con estas palabras:
“Raúl, vos sabés cómo es este proceso, vos has acompañado este proceso, tu prueba salió reactiva pero lo que me preocupa es que yo veo que cada mes te estabas haciendo la prueba, ¿tenías una duda?”
No respondió, no se lo preguntó a él mismo, ya estaba infectado, ¿en qué otra cosa podía pensar? Se preguntaba una y otra vez que qué iba a hacer, que la carrera, que él era profesional de la salud, que dios mío, los virus, las enfermedades, las bacterias. Llamó a su hermana que era un gran pilar en su vida, le dijo que el examen había salido mal y ella, que no jugara con eso, que si se estaba embobando y él que se fuera para la casa de sus papás en Aranjuez, que iba para allá y más tarde podían hablar.
Se fue caminando, necesitaba un poco de aire para despejar la mente, Llegó al Cementerio Museo San Pedro, se sentó al frente de una tumba, y enfatiza, “es quizá la única vez que he llorado por mi diganóstico” y entonces lloró. Mientras la frustración salía de su cuerpo con cada lágrima, se preguntaba cómo es que iba a replantear su profesión, sus proyectos, sus sueños de ser médico psiquiatra algún día. Recuerda que una señora lo vio y conmovida le dijo que esa persona por la que estaba turbado debió haber sido muy importante para él, “tan importante como mi propia vida”, le respondió.
Pero no estaba solo. Sus amigas de la universidad, que conocieron inmediatamente su diagnóstico, le consiguieron una entrevista de trabajo en un Instituto de Capacitación para personas con discapacidad cognitiva. Se reunió con su hermana en casa de sus papás y se fueron juntos a que él se hiciera cortar el pelo y a comprar ropa y alistarse para la entrevista al otro día. Pero aún le faltaba una cosa por hacer, llamó a la persona que lo había infectado y se lo confirmó: él ya sabía de antes.
Llegó a la entrevista y se encontró con una mujer increíble, Marta Piedrahita anota, porque le gustan las historias con nombres propios. Marta lo entrevistó, quedó encantada, le dijo que cuándo arrancaba, que sentía que era más que apto para el trabajo y él que siempre había honrado la sinceridad, le dijo que le tenía que decir una cosa, que había recibido su diagnóstico de VIH positivo y que precisamente quería trabajar ahí y no en una clínica porque no quería exponerse. Empezó al otro día.
Al principio con un cargo administrativo que lo agotaba y a los pocos meses como auxiliar pedagógico, ahí encontró su vocación por estudiar ‘Licenciatura’. Trabajó en ese lugar por casi cinco años y cuando le quedaron mal con un ascenso que supuestamente le iban a dar, renunció y se fue a trabajar con dos neurogeriatras muy reconocidos en la ciudad.
Caída y muerte
“Siempre he sido un gastón”, confiesa. No ganaba lo suficiente para el estilo de vida que estaba llevando y empezó a trabajar también en una discoteca. Allí conoció a quien sería su pareja durante muchos años y le daría su mayor lección de desapego: cuando terminó con él no quiso saber nada más del tratamiento, no volvió al médico y se dedicó sobre todo a la rumba.
Sabía que su cuerpo le pasaría cuenta de cobro y tres días después de la fiesta de su cumpleaños paró en el hospital por una dificultad respiratoria, lo tenían que entubar. Se negó con la frialdad poco propia de quien siente que va a morir. Era un suicido programado, ya había adelantado en los trámites de su pensión para dejársela a su mamá. La suerte estaba echada, estaba dispuesto a dejarse morir.
Contra su voluntad, el médico llamó a todas las personas que encontró en su historia clínica: su mamá, su hermana, su ex pareja. Los tres le pidieron que se dejara entubar, pero fue su hermana quien lo convenció con tres palabras: “hágalo por mí”, su respuesta fue, “entúbenme”. Aclara que todo el mundo asume que lo hizo por su ex pareja, pero no.
Estuvo nueve meses en coma, y yo que qué, nueve meses, y le decía, Raúl, ¿nueve meses, tan mal estabas? Y él, que nueve. Yo no lo podía creer. Durante este tiempo su ex estuvo muy presente, puedo recordarlo diciendo: “un hombre de mucha fe”. Se paró después de superar una tuberculosis incubada, un sarcoma de Kaposi y toda clase de enfermedades oportunistas, sus apegos hacia su ex se acentuaron y decidieron irse a vivir juntos, pero los problemas de siempre persistieron y no se habían ido con la ausencia de Raúl durante los nueve meses del coma: malestares, infidelidades, desencuentros.
Se separaron, lo asumió con conciencia y pudo ver en retrospectiva lo lejos que había ido y lo duro que se había castigado. Se sacudió por haber llegado ahí, decidió salir del clóset del VIH y entonces empezó a hacerse visible.
Visibilidad y activismo
No solo es visible, a sus 32 años es el coordinador nacional de la Red de Jóvenes Positivos de Colombia, trabaja en los centros de escucha de la Secretaría de Salud y es activista visiblemente VIH+. Me cuenta que fue un proceso muy difícil porque no es lo mismo infectarse ahora que hay un montón de construcciones, discursos y herramientas para las personas que viven con el diagnóstico de VIH, que en el 2005. Más de una vez lo trataron de “sidosa” en la rumba y sus amigos se agarraban a pelear por defenderlo.
Su activismo lo basa en una ecuación práctica:
Experiencia + conocimiento científico
Cree en Dios, pero siente que lo han usado para infundir miedo y desconocimiento. Le costó mucho reconocerse como activista, pensaba: “pero si yo no hago política. Yo soy una marica que vive con VIH y ya”. Pero la visibilidad le ayudó a entender que estar presente y reconocerse desde lo público es un acto político a priori.
Me dice que siente que los sectores poblacionales LGBTI siguen muy distanciados de la visibilidad del VIH por miedo a la discriminación, pero él se siente cómodo siendo la cara de la red de jóvenes, en la cual todxs son bienvenidxs: las personas trans, cis, heterosexuales, bisexuales, gay, portadores y no, aliados. En un mundo tan individualista, es un convencido de la importancia de las redes de apoyo, y entre tantas tensiones, siente que una situación de discriminación, es una oportunidad importantísima para educar.
Habla de enfoque diferencial de juventud, de cambiar imaginarios y sentidos, de ciudadanía y de gobernanza, y no le teme a los espacios públicos en los cuales puede reivindicar éste discurso. Es consciente de que aún las personas portadoras se enfrentan a muchas violencias: todavía hay personas a las que despiden del trabajo, a las que rechazan en la intimidad, a las que temen en las interacciones. Todavía hay muchos tabúes frente al tema, las familias aún aíslan a las personas con VIH, las dejan para que se bañen de último, para que orinen de último, los acompañan al hospital y no pasan de la puerta por miedo.
Del sistema de salud en Colombia no tiene queja en cuanto al cuidado de la enfermedad, pero siente que aún hay muchas barreras frente a la prevención. Me dice que hace falta mayor prevención combinada pues no se trata solo de hacer la prueba u ofrecer el PREP, pues lo que le sirve a uno, a otro puede no servirle y la educación frente a este tema es un asunto de nunca acabar.
“En países como Perú por ejemplo, las personas accedieron a PREP mucho antes que nosotros y ya erradicaron la transmisión vertical, o sea de mamá a hijo. En Colombia a pesar de llevar cinco años invictos, el año pasado se registraron cinco casos porque la mamá nunca decidió hacerse la prueba por miedo”.
Pablo
Raúl está acostumbrado a cambiar de piel, a reinventarse, a crear nuevas historias dentro de su propia historia. Se encontró con Pablo hace casi nueve meses y cuenta entre risas que como él, todxs sus amigxs le dicen “Lindura”. Lindura le quitó la bobada de pensar que no estaría en una relación serodiscordante. No creen en limitar la sexualidad del otro, aunque por ahora son monogámicos, no usan preservativos y se mantienen sanos con la indetectabilidad.
Lindura es artista, comparten una casa en Santa Elena y el amor que se tienen los hace pensarse juntos, en una finiquita como dicen, tal vez casados y con hijos, tal vez en el exterior, una idea antes impensable para Raúl que se sentía en la obligación de quedarse en Colombia por devolverle el gesto de darle en el futuro una pensión.
Para terminar le pregunto que cómo se siente reconociéndose abiertamente seropositivo, y me dice que el peso que se quitó es grande, que consiste en desarmar al mundo de que te manipule y te juzgue:
“Yo lo hago también por eso, me blindo para que nadie haga nada contra mí. Esto fue un proceso de muchos años, yo me demoré casi seis en ser visible, pero hoy mi voz tiene eco. Vivir con VIH me reconstruyó, me obligó a volver a pensarme y a reestructurar un hombre con carácter, ética, principios”
Este artículo hace parte de un trabajo de redacción realizado por el autor resultado del Diplomado de Periodismo para la Diversidad: Historias No Contadas “Narrando desde otro punto de vista”, iniciativa creada por egoCity con la Secretaría de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín y la certificación de CEDENORTE Institución Técnica, para la visibilización de los sectores poblacionales LGBTI de Medellín.