Amado, soñado, planificado y pensado con el cerebro y el corazón.
Julián Alexander y Dulce María, hombre y mujer transgénero, ella de un pequeño pueblo del departamento del Huila y él de la populosa capital de Antioquia, ambos en su trasegar para reclamar su verdadero lugar en la sociedad y su identidad sexual, humana y de género. Todo ello de acuerdo con su propia elección y no con las etiquetas que la sociedad y la vida les habían impuesto.
Dulce María vivió muchas situaciones de inseguridad, discriminación, matoneo y desamor en su pueblo, que la llevaron a pensar que debía conocer más sobre el tema de los hombres y las mujeres transgénero. Fue entonces cuando empezó a buscar en Internet páginas relacionadas sobre el tema, pues se percató de que no era la única que estaba viviendo esa situación y que ese era un mundo mucho más amplio de lo que ella imaginaba. Fue así como llegó al grupo de Facebook de Julián Alexander, en donde él compartía sus experiencias de vida, su proceso de tránsito no solo biológico sino jurídico y legal, e interactuaba con muchas personas de otras latitudes, algunas querían contar sus propias historias y otras resolver sus inquietudes al respecto.
“Cuando empecé a interactuar en el grupo con Julián, yo no creía que él hubiera sido una mujer, pero hubo algo en él, que me generó mucha confianza. Entré en contacto con él y le pedí apoyo y él me dijo que me viniera para Medellín, mi mamá no quería que me viniera, ella trató de convencerme de no hacerlo, me decía que qué me iba a venir para donde un desconocido, que de pronto me hacía daño, pero yo ya estaba decidida y como era fin de año, me traje mis cosas de peluquería, pensando en aprovechar la temporada para trabajar.”
No todo fue color de rosa para Dulce María en Medellín, la ciudad no es fácil para quien viene de un pueblo pequeño, pero ella encontró en Julián un sólido apoyo, máxime porque él estaba viviendo una situación parecida a la suya.
“Julián era muy diferente a como se veía en Internet, yo pensaba que era muy grande y mentiras, era chiquitico; yo siempre andaba de tacones porque estaba acostumbrada al pueblo que era todo plano y no sabía que Medellín era pura loma. Cuando llegué a Medellín Julián me recogió y yo pensé que íbamos a tomar un taxi, pero no, me hizo caminar y no fue fácil con esos tacones. Yo viví aproximadamente dos añitos con Julián y él me apoyó y me guió mucho en el tema del tránsito”.
Para Julián sacar la cédula cambiando de nombre no fue difícil, el proceso duró dos meses y recibió su cédula, pero se encontró con la sorpresa de que no le habían adecuado su opción de sexo y seguía apareciendo como “femenino”; tuvo que seguir dando una larga pelea frente a la registraduría para lograr su anhelo de que su nombre masculino fuera consecuente con su opción de sexo en la cédula. Dice que le llegaron cuatro cédulas iguales y solo fue hasta la quinta que logró su objetivo.
Para Julián Alexander fue motivo de alegría y gran orgullo recibir por fin su nueva y definitiva cédula, en donde se veía la foto de un varón vestido de saco y corbata, en donde tanto el nombre como la opción de sexo le hacían honor a esa bella fotografía:
“Esa alegría es tan grande, como si le hubieran regalado a uno un carro o, algo así”.
Dulce María, cuenta que diligenció su nueva cédula en el municipio de La Plata- Huila, donde fue la primera mujer trans en diligenciar ese documento y no tuvo mayores inconvenientes para ello, aunque sí generó curiosidad entre las personas, pero nada que no pudiera superar.
Tanto Julián como Dulce María soñaban con ser padres, pero hasta el momento ninguno lo había logrado. Dulce María había intentado ser madre o por lo menos se lo había propuesto a casi todas las parejas que tuvo antes de iniciar su proceso de tránsito, pero todas tenían dudas o temores y ninguna aceptó. Además ella misma sentía esos temores y esas dudas, pensaba en no poder registrar a un eventual hijo con su verdadero nombre y género, se preguntaba cómo le diría su hijo o hija: ¿mamá? o ¿papá?
A pesar de sus temores Dulce María acudió a una chica con quien había tenido una relación cuando todavía no había comenzado su tránsito, pero la chica ya tenía un novio y entonces debieron hablar con él para comunicarle lo que harían. La chica debió retirarse el DIU y esperar un tiempo prudencial para poder intentar embarazarse; mientras tanto Dulce María estaba muy ansiosa, ya había dejado de tomar las hormonas y no quería esperar más para poder ser mamá. Fue entonces cuando se lo propuso a Julián y pensó:
“¡El que primero se decida!”
Julián, a su vez lo había intentado de diversas maneras y con varias personas. Primero convivió con una chica, madre de un niño de tres años, que odiaba a Julián, lo escupía y lo insultaba, pero dice Julián que él amaba al niño más que amar a la madre, él estaba atrapado desde su anhelo de ser padre. Esa relación no la soportó mucho tiempo y terminó.
Luego Julián se enamoró profundamente de una mujer con quien convivió durante nueve años, y a quien le pidió tener un hijo “para él”. Averiguaron una inseminación pero era muy costosa y entonces optaron por buscar un donador biológico y lograron ser padres. No obstante, debido a impedimentos de tipo legal, Julián no pudo reconocer a su hijo, porque todavía no había hecho su tránsito legal, seguía apareciendo con su nombre anterior y como mujer lesbiana, entonces fue el padre biológico quien reconoció a su hijo y le dio su apellido.
Así las cosas, aunque Julián haya estado presente en la crianza del niño y en compañía de la madre hayan procurado explicarle y hacerle entender la situación y su papel paterno en su vida, con el ingrediente de la ruptura de la relación afectiva entre la pareja, esta paternidad no parece ser la que Julián había soñado, a pesar de que deja claro que ama a ese niño, al que considera su hijo.
Después de lo anterior, Julián cansado de soñar y amar ilusiones que se escapaban como el agua entre los dedos, optó por recurrir a la inseminación artificial casera, pues debido a la carencia de recursos económicos no podía hacerlo médicamente. Dice Julián que eligió como donante a un amigo gay a quien estimaba mucho y cuyos rasgos físicos eran lo más parecido a los que quería ver en su hijo.
Julián intentó repetidamente quedar embarazado pero no lo logró, y finalmente dejó atrás su sueño de ser padre biológico, hasta que llegó Dulce María a su vida, y entonces él se preguntó: ¿cuál es el motivo o la misión con la cual llegó a mi vida esa joven mujer trans, a quien quiero entrañablemente, que siempre será mi amiga y contará conmigo cuando me necesite? y al cabo del tiempo se respondió:
“Esa mujer llegó a mi vida para hacerme papá y hacerme muy feliz”
No obstante tener la claridad de la misión de Dulce María en su vida, no fue Julián quien tomó la iniciativa; por el contrario, fue ella quien le preguntó un día si él se apuntaría a engendrar un hijo con ella, pues quería ser madre y debía hacerlo antes de avanzar más en su transición. Él inicialmente respondió que no, pues temía fracasar nuevamente, además pensó que como ambos llevaban ya algún tiempo con su tratamiento de hormonas sus órganos reproductores podían estar ya atrofiados.
A pesar de la negativa inicial y las dudas de Julián, la propuesta de Dulce María no cayó en terreno estéril. Julián no había abandonado su sueño de ser padre, aun con su miedo e inseguridad no pudo dormir esa noche dándole vueltas al asunto y por lo pronto dejó de tomar sus hormonas durante dos meses, al cabo de los cuales le dijo a Dulce María que estaba dispuesto a intentarlo y así lo hicieron, con tan buena fortuna que de inmediato quedaron embarazados. Dulce María recuerda con mucha emoción aquel 7 de mayo cuando supo que su hijo Miguel Ángel ya venía en camino, y que finalmente sería la madre que siempre había soñado.
Durante la gestación Julián no cambió su apariencia masculina, se resistió a usar la clásica ropa materna, pues tenía claro que no era una mujer sino un hombre embarazado; siguió desempeñando sus tareas laborales como el hombre que aparecía en el contrato laboral, que para nada afectaron la gestación. Ambos dicen que era complicado cuando iban a los controles médicos, porque tanto el médico como las demás personas de allí, insistían en llamarla a ella “señor Dulce María”, a pesar de que Julián le insistía en que era “señora Dulce María” y por si quedaba duda estaba la cédula, donde aparecía muy claro tanto el nombre como la identidad de género.
Cuenta Julián que durante el tiempo de gestación y su prominente embarazo, nunca nadie le cedió el puesto en el atiborrado metro de Medellín, durante su recorrido de ingreso o regreso de su trabajo desde San Antonio de Prado hasta San Cristóbal, que para quienes no conocen Medellín, es casi como atravesar la ciudad de un lado al otro. Obviamente Julián no esperaba cortesía y tratamientos especiales para él durante su embarazo, porque él seguía sintiéndose un hombre y dicen por ahí, aunque no hay mentira más grande, que “los hombres no lloran”.
Miguel Ángel cuenta actualmente con nueve meses de edad. Dicen sus orgullosos padres que es un hermoso niño que crece sano y feliz, como deberían crecer todos los niños en Colombia. Ellos están también muy felices con sus decisiones y le dicen a todas las personas que conocen su historia y viven situaciones parecidas, que no soporten lo que no quieren, que se permitan ser felices; a las madres y padres que escuchen a sus familiares menores de edad, que no se nieguen a creer en lo que les dicen y que abran sus mentes a esas realidades, porque la vida no es negra o blanca…
¡Tiene muchos matices y todos los colores!
Este artículo hace parte de un trabajo de redacción realizado por el autor resultado del Diplomado de Periodismo para la Diversidad: Historias No Contadas “Narrando desde otro punto de vista”, iniciativa creada por egoCity con la Secretaría de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín y la certificación de CEDENORTE Institución Técnica, para la visibilización de los sectores poblacionales LGBTI de Medellín.