A las 4 de la madrugada de hoy Jorge Rodríguez apareció a paso lento entre la lluvia y las ventanas que aún dormían, él carecía de un argumento sólido, que se asemejara a tan fuerte palpito en mi corazón por una sorpresa tan anhelada. Simplemente había regresado como una constelación lejana que parece quedarse eternamente, pero no, su luminosidad era insuperable y transgredía el tiempo y el espacio. Con solo verlo sabía que se iría, porque aunque parezca demasiada luz en mi vida su ausencia me oscurecía por dentro y por fuera, él representaba un inevitable “adiós”, desde que le había visto a los ojos hasta una corazonada todavía más incierta.
Ideas de bestialidad y pasión aparecieron delante de mí, perplejo. Nuestro principio estaba años atrás, y fue diferente, éramos desinhibidos e insensatos. Pero ahora la “casi madrugada” prometía una revelación; ya en mi pecho y su piel pálida cabía toda clase de incertidumbre o interpretación.
Un reencuentro preconcebido por el destino, eso éramos en ese momento, un bono de mi subconsciente que se hacía realidad.
-Daniel perdóname, pero tenía que…- Jorge se esforzó por terminar su oración pero no lo logró, cerró sus ojos y permaneció en silencio, se sujetó de las barras verticales de mi reja, su capucha empapada y su rostro oculto en ella, tenía frio, siempre tenía frío. Abrí con sigilo y lo tomé de una de sus manos llevándolo a mi habitación; no sabía qué preguntar o qué decir. Afuera llovía tan fuerte que la melancolía me poseyó, la presencia de este hombre me ponía de cero a mil palpitaciones por segundo. Le recibí su morral y lo enganché al perchero detrás de la puerta, le ayudé a zafarse de la chaqueta empapada, de su camisa blanca impecable y rutinaria, del pantalón de hilo y sus zapatos negros.
Sentado en mi cama extendió sus brazos, sus piernas gruesas y fuertes. Las cicatrices en sus rodillas y canillas me contaban de sus peripecias para regresar a mí.
Como todo buen apóstol que ovaciona el sacrificio de un hombre para mantenerse en pie, en un mundo que pisotea y se hace pisotear lo despojé una a una de sus medias blancas, mojadas y repletas de lodo; mi contemplación era por todo lo que había ocurrido y lo que faltaba por ocurrir entre los dos. Acerqué su pie derecho, lo inhalé y lo besé suavemente, alcé mi mirada y lo encontré hurgando en mis pensamientos, lo reté a que continuase pero con mis ojos directo a los suyos, encontrándonos en una situación inequívoca donde él llegaba a mí por instinto y yo le recibía por física necesidad.
Mi mente se transformó en una máquina que lo procesaba todo, codificando cada deseo de un hombre deseando a otro hombre, procesando cada idea corpórea-emocional, hacía sumas y restas deliberando objeciones e interrogantes. Lo que quería y deseaba estaba tan cerca de mí y no pretendía dejar nada para mi imaginación de amante frustrado. La idea de matarlo a puñaladas fue un delirio: mi beso sería una puñalada que acaba mi martirio. Mi cuerpo el instrumento, el arma. Su Cuerpo el objetivo, el blanco.
Empecé por erguirme, mis manos se posaron en sus fuertes muslos -creí que jamás volvería a suceder, lo sabía porque estaba sucediendo- Jorge sonrió, sujetó con sus manos abiertas ambos lados de mi cabeza, y como si le faltase el oxígeno y mi boca fuera fuente del mismo me arrebató las palabras y los pensamientos con un beso ardiente en el cual cabía todo semblante de él y de mí. Le deseaba tanto, le deseaba con hambre, le mordía los labios, el también reaccionó como un hombre ávido, me mordía como buen imitador, me besó y lamió las mejillas, su lengua atravesó por todo mi cuello, toda su energía me traspasaba como brasas candentes, su respiración me calentaba las orejas. Jorge estaba tan ansioso y expectante como Yo. Si hubiera tenido 10 manos y 7 bocas para tocarle y besarle toda su corpulencia… Estaba poseído por una locura tan plena y feliz que sentía tocar el cielo. Le compartí al oído -en susurros- que deseaba ser el dragón de 7 cabezas para fantasear con su bella existencia a mi máxima potencia, Jorge soltó una carcajada mientras ocultaba su rosario detrás en su espalda. – No juegues con esas cosas, te castigará Dios- Sonrió, iluminando mis ojos, subió mi camiseta al cuello, ahorcándome. En mi pecho su lengua era ingeniosa, en mis tetillas hacía circunferencias. – ¡Ah! ¿Sí? Y ¿Cómo me castigará Dios?- le pregunté mientras mi cuerpo se enervaba ante su potencia, Jorge regresó a mis ojos y decretó – En realidad me castigaría a mí porque no debería estar aquí, contigo- Detuve mi respiración y puse mis ojos en blanco: recordé que Dios era mi adversario, mi contrario, y que Jorge aparentemente se había decidido por él, y yo no quería desafiar el destino.